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Finalmente Reinaldo Rueda dejó de ser el entrenador de la selección nacional. No se trata de cualquier entrenador, como lo demuestra el hecho de que la selección colombiana puso sus ojos en él para superar la situación en que se encuentra actualmente. Chile lo contrató para conducir a la selección a lo largo de las eliminatorias para el campeonato mundial de fútbol que se llevará a cabo en Qatar 2022. Asumió la responsabilidad de llevar a cabo el proceso de renovación de una generación dorada que está viviendo sus últimos días sin que se visualice una nueva de similares pergaminos.
Se contrató un entrenador serio, de pocas palabras,
caballeroso para llevar un proceso complejo pero imprescindible. De allí que
llame profundamente la atención que la nueva dirigencia del fútbol profesional
lo dejara partir. Incluso más, todo indica que vio con buenos ojos que se fuera
y que Colombia se interesara en contar con sus servicios. Si bien hasta la
fecha los resultados futbolísticos al frente de la selección dejaban mucho que
desear, es necesario puntualizar que se está en un importante período de
recambio de jugadores.
Le tocó bailar con la fea, enfrentar no solo la tarea de
probar jugadores que reemplacen a quienes están en la última fase de su gloria
futbolística, sino que de gestionar y resolver problemas de camarín no menores
relacionados con indisciplinas, egos y personalidades. A ello se agrega una
pandemia que está impidiendo contar con los jugadores en la plenitud de sus
condiciones físicas, en particular por las dificultades para entrenar en una
realidad marcada por confinamientos y restricciones de distinta naturaleza.
Los desafíos que se tienen por delante son sustantivos. Uno,
encontrar un nuevo entrenador; dos, remontar en los próximos partidos; tres,
alcanzar la clasificación. Todos objetivos de corto plazo, para salir del paso,
sin que exista mirada alguna de largo alcance.
El primero de los objetivos, que a esta altura ya debería
estar zanjado, no lo está, dado que tan solo circulan rumores de nombres sin
asidero alguno. No sorprendería para nada que de la noche a la mañana surja un
nombre como quien saca conejos de un sombrero.
El segundo objetivo, ganar los próximos partidos para
recuperar posiciones es una tarea cuesta arriba para cualquier entrenador que
de la noche a la mañana toma las riendas de una selección con pretensiones. Una
selección donde conviven jugadores con personalidades no fáciles de congeniar, convocados
a última hora sin mayor tiempo para entrenar y probar alternativas de juego.
Y para qué hablar del tercer objetivo, clasificar para el
próximo mundial. Alcanzar este objetivo en el marco de lo observado, parece una
quimera. El realismo invita a pensar que no tenemos por dónde clasificar, pero
bien sabemos que en futbol todo puede ser, y a esa esperanza nos aferramos.
Los sucesivos cambios de entrenadores que se han tenido –Bielsa,
Sampaoli, Pizzi, Rueda- dan cuenta de desencuentros con la dirigencia, e ilustran
las dificultades que encierra la implementación de procesos de largo aliento
dado que por sobre los procesos sostenidos y consistentes, se privilegian los
resultados inmediatos.
Es el triste sino en que se mueve no solo el futbol, sino que
el deporte nacional, donde no se observa proyección alguna. Todo descansa en
chispazos, destellos, individualidades sin que exista relevo, cantera, ni trabajo
previo alguno.
Es hora de pensar en serio, de asumir el deporte como una
actividad esencial asignándole la relevancia que le corresponde en los
currículos escolares, en la asignación de recursos y en las prioridades
nacionales. Incide no solo para aspirar a ser campeones, sino para tener una
población más saludable, sobre todo en tiempos tecnológicos que invitan al
sedentarismo.
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