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Haré alusión a dos casos paradigmáticos de lado y lado del espectro político: la defensa del viaje a Miami de Cecilia, la primera dama, con sus hijas, y la defensa de dictaduras por parte del partido comunista. Me remitiré tan solo a estos dos casos en los que se defiende lo indefendible que se dieron el año pasado. El primero es un caso de comportamiento individual, el otro, institucional.
Dentro
de la primera quincena de diciembre, con la pandemia por el covid19 en pleno
apogeo, la esposa del presidente Piñera se da el lujo de viajar a Miami, junto
con sus hijas Magdalena y Cecilia. Viaje realizado mientras el común de los
mortales vivía sujeto a restricciones dependiendo de las fases en que se
encontraba cada comuna de residencia. Además, las autoridades gubernamentales políticas
y sanitarias insistían en mantener los cuidados pertinentes, evitar viajes
interregionales y aglomeraciones, invitando a celebrar modestamente las
festividades de fin de año. Se podía viajar al exterior sin restricciones, pero
para hacerlo dentro del país estábamos, y estamos, limitados. El aeropuerto
está abierto de par en par, no así los terminales de buses cuyos accesos están restringidos
a quienes portan los permisos correspondientes.
Está
claro que algo no calza, el sesgo es evidente. Lo que uno esperaría desde las
autoridades, desde las dirigencias, desde quienes se encuentran en mejor
situación económica, un mínimo de recato, de solidaridad con las pellejerías
que viven los ciudadanos de a pie. Pero no se aguantó, y no se le ocurrió nada
mejor que realizar “un viaje familiar” en medio de la pandemia.
Apenas
desatada la controversia por el viaje de la primera dama, las autoridades
sanitarias, el propio ministro Paris y la subsecretaria Daza, se apresuraron en
defender lo indefendible.
Nadie
duda que a Cecilia le asiste todo el derecho de viajar a donde se le ocurra y
que haya cumplido todos los protocolos y normas sanitarias habidas y por haber,
y que se haya realizado el test PCR cuyos resultados fueron negativos. El punto
es otro.
Según
la posición que ocupemos en la sociedad tenemos responsabilidades que
trascienden las obligaciones, particularmente quienes son autoridades. A
propósito del viaje, el mediático jefe de la UCI de la Clínica Indisa,
Sebastián Ugarte, afirmó que “educamos más por lo que hacemos que por lo que
decimos”. El mismo doctor remató con la expresión “la gente se queda con la
práctica, no con el discurso”. No puede ser que un presidente exija
mascarilla y no la use cuando está en contacto con otros. Las autoridades
públicas, aunque no lo quieran, configuran modelos de comportamiento público.
El otro caso está
referido a la postura del partido comunista en relación al gobierno venezolano.
No es nada nuevo. Imposible soslayar la irreductible defensa del régimen estalinista
a mediados del siglo pasado, aun cuando ya eran conocidas las atrocidades de
las que hacía gala. Imposible olvidar la defensa del PC chileno a la invasión de
Checoslovaquia por parte del ejército de la Unión Soviética cuando tuvo lugar
la primavera de Praga en 1968.
Imposible obviar el
apoyo del partido comunista a la dictadura imperante en Corea del Norte, un
país pequeño, pobre, cuyo gasto en armamentismo desafía todos los cánones. Y por
último, imposible no mencionar la defensa del régimen de las FFAA imperante en
Venezuela, con Maduro a la cabeza, un régimen erosionado por el narcotráfico y
la corrupción. En todos estos casos, el PC invalida su discurso a favor de los
DDHH, incapaz de leer los hechos al amparo de un argumento –el imperialismo
yanqui- que por su persistencia termina
siendo vacío, sin contenido. Incapaz de efectuar un análisis crítico a tiempo, de
mirar la realidad completa, persiste en defender lo indefendible. El día en que le caiga la teja, otro gallo cantará.
Estos dos casos dan
cuenta de las dificultades que encierra ser coherentes, consistentes, de una
sola línea, así como de asumir y reconocer los errores a los cuales todos
estamos sujetos.
Buena reflexión que atreve a exigir coherencia cognitiva y moral a todos lados.
ResponderBorrarNuestro gran problema nacional: defendemos por pasión o convicción irracional, no por argumentos, hechos y fuentes verídicas.
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