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En el día de los reyes magos, cuando el congreso de los EEUU debía formalizar el resultado de las últimas elecciones presidenciales en Washington, la capital del imperio, por orden de Trump miles de sus adherentes se dirigieron al Capitolio para impedir que “le robaran” el triunfo a Trump. Rodearon el Capitolio y luego de forcejear con la policía la asaltaron, y finalmente se lo tomaron a vista y paciencia de todo el mundo. Esto fue posible gracias a los medios de comunicación que transmitieron con lujo de detalles, el asalto y toma del Capitolio, en vivo y en directo.
Las razones del esfuerzo por impedir que se
declarara como ganador de la contienda presidencial a Biden están centradas en
el convencimiento de que hubo fraude. Acusación digitada desde el mismísimo
Trump sin que medie evidencia alguna de ello. Todas las acusaciones presentadas
en todas las instancias judiciales y federales han sido rechazadas por falta de
pruebas. Trump se va de la presidencia autoconvencido de haber ganado y de ser
víctima de una conspiración de oscuros intereses para impedir su reelección. Sus
votantes, como si fuesen adherentes de una secta, le siguen y creen a pies
juntillas. Diga lo que diga, su palabra es la única que vale.
Ese fue el presidente que el imperio tuvo en
los últimos cuatro años y que aspiraba repetirse el plato para consolidar el
mensaje que le acompañó desde el primer día de su gobierno, “Make America Great
Again”. Como siempre hacen quienes deslindan responsabilidades, los argumentos
esgrimidos para no haber alcanzado a concretar su slogan, se centran en la
oposición encontrada, en los medios de comunicación, y en la pandemia.
El mundo se libró de un émulo de Mussolini
gracias a una institucionalidad que fue puesta a prueba, burdamente desafiada.
¿Qué esperaba Trump? ¿Que Pence le siguiera el juego al igual que los militares
y que éstos salieran a la cancha? Si eso quería, es una prueba de que estaba
completamente obnubilado. Algunos osan afirmar que lo ocurrido en EEUU es propio
de un país bananero, de una republiqueta, o donde se dan golpes o autogolpes de
estado. Justamente porque no lo es, las
intenciones de Trump se vieron frustradas.
Como magnate que es, por herencia, no por
trabajo, siempre ha hecho lo que ha querido, y lo que se ha propuesto, lo ha
logrado. Es el clásico personaje que por tener dinero a manos llenas se cree
dueño del mundo, quien define el destino de quienes le rodean. Sus gestos,
posturas, expresiones, actitudes, decisiones delatan una personalidad de
trastorno narcisista, que si bien no fue suficiente para que se repitiera el
plato, estuvo a punto de lograrlo: demasiados se compraron el cuento de que un
multimillonario sería capaz de proveer empleo y sacar de la pobreza a millones
de norteamericanos.
Millones de fanáticos racistas cegados por quien
gobernó a punta de mensajes por twitter. Resucitó el espíritu racista contenido
en el supremacismo blanco que alentó en todo momento. Sus adherentes se
identifican con la guerra civil, con el armamentismo, con la historia,
tradición, cultura y valores del antiguo sur, con los tiempos de la esclavitud,
con el Ku Klux Kan (KKK), hoy los QAnon. Este último movimiento postula la
tesis de que Trump es un héroe que está librando una guerra secreta contra
quienes adoran a Satanás, las élites de los medios de comunicación y las
empresas que promueven la inmigración, la globalización y el multilateralismo
en perjuicio de lo que es tradicional en los EEUU.
Ese es el punto preocupante. Aún hoy, en pleno
siglo XXI, cuando tenemos los mayores niveles de educación en la historia, la
población es capaz de comprarse cuentos al por mayor, tanto políticos como
religiosos o de cualquier otra naturaleza. Significa que la educación deja
mucho que desear, que seguimos siendo pasto de mercanchifles, saltimbanquis, encantadores
de serpientes, estafadores. Éstos siempre existirán, así como incrédulos que
les crean, pero que existan millones que los sigan, da cuenta de que algo anda
mal en el plano educacional que afecta a la sociedad toda.
Por eso insisto una y otra vez que el mejor
regalo que podemos darle a nuestros hijos es dotarles de capacidad para ver
bajo el agua, para discernir, reflexionar, analizar, evaluar, decidir sin que
le metan el dedo en la boca.
Para reducir el riesgo de que sigan surgiendo
personajes de esta calaña, que juegan con fuego, es importante que lo hecho por
Trump no le salga gratis.
Trump es sintoma de un mal mayor que es el capitalimo autoritario y el complejo industrial militar que sustenta el imperio.
ResponderBorrarTu lo nombras, pero me he convencido que las ideologías políticas, son otra forma de religión. Y no se si la educación nos librará de los riesgos de tipos como Trump. Me cuesta entender que la mitad del país votó por él y que tantos amigos míos de por acá, también venían siendo Trumpistas. Yo creo que es exceso de ideología materialista y cero espiritualidad, de algún tipo. Saludos cordiales
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