Con bombos y platillos, de tiempo en tiempo, en Chile y no pocos países, se producen llamados a acuerdos nacionales. Con ello se da a entender que las discrepancias fuesen signo de retroceso. Resulta extraño constatar que cuando se proclama la unidad nacional, lo que se busca implícitamente es esconder bajo la alfombra los desacuerdos. Esto es, mostrar una cara distinta a la que realmente se tiene, como si tener distintas caras fuese un problema.
En estricto rigor, los países que avanzan efectivamente, que progresan, son aquellos capaces de vivir y procesar las diferencias, de mirarse tal cual son, sin tener que esconderse unos de otros, ni andar peleándose. En Chile, y al parecer en los países subdesarrollados, da la impresión que las diferencias, insoslayables, inevitables en toda sociedad que se precie de tal, empobrecieran, retardaran el progreso al que se aspira. Uno de los mayores problemas en nuestros países reside justamente en su incapacidad para procesar las discrepancias consustanciales a toda convivencia humana.
No está de más recordar que, en democracia, un gobierno es el poder ejecutivo, el que debe gobernar, ejecutar, cumplir y hacer cumplir las leyes que son debatidas y aprobadas por un congreso nacional, representante del poder legislativo. Institución llamada también parlamento, porque ahí es donde se parlamenta, discute, debate entre congresales –diputados y senadores- de cara a la gente, para el logro de los acuerdos nacionales, los que no necesariamente han de ser unánimes. La unanimidad no existe salvo en las dictaduras en base a las imposiciones y el amedrentamiento.
Por tanto, el espacio para la discusión de los temas de interés público es justamente éste. Ya no están los tiempos para cocinar entre cuatro paredes de espaldas a la gente. Los acuerdos verdaderos, para que no se los lleve el viento, deben ser frente a frente, con todas las cartas sobre la mesa, sin zancadillas, ni poniendo un puñado de billetes sobre la mesa.
Las diferencias se presume que enriquecen para modelar el país que se aspira, por lo que la clave reside en aprender a procesarlas. Estar disponibles para escuchar al otro, abrirnos, ponernos en los zapatos del otro, en vez de pretender construir una gran nación a punta de exterminar a los contrarios.
Un botón de muestra: a la actual constitución fraguada entre cuatro paredes y modificada entre gallos y medianoche. Su ilegitimidad de origen le penará por los siglos de los siglos mientras no nos sentemos a dibujar una nueva constitución con una hoja en blanco y teniendo presente la experiencia acumulada, que no es menor. Lo mismo vale respecto de un modelo socioeconómico impuesto en dictadura, y que a la fecha no ha logrado validarse como no pocos quisieran.
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