En la última semana santa volvió a repetirse, una vez más, la congestión, los atascos, en las carreteras del país, pero sobre todo, en la ruta Santiago-Viña del Mar. Nada nuevo bajo el sol. Lo novedoso estuvo constituido por las expresiones de Fontaine, flamante ministro de obras públicas, quien no resistió la tentación de darle como bombo al gobierno saliente al sostener que “no hemos invertido lo suficiente en carreteras o, en general, en infraestructura”. El subsecretario de Transportes aprovecha la oportunidad para reafirmarlo sin derecho a réplica. De paso, Fontaine aprovechó de ensalzar al modelito neoliberal que nos empapa al sostener que el aumento del flujo vehicular es una buena noticia, porque significa más oportunidades y más libertades para las personas.
Esto es, todo lo bueno viene de la mano del modelo, en tanto que todo lo malo, viene de los gobiernos, particularmente cuando no son los de la derecha, ya que cuando son de este último signo se asume que deben reparar las deficiencias de los gobiernos que reemplazan. Ahí están en acción las retroexcavadoras en los más diversos ámbitos sin que se les arrugue la cara.
En este país que se caía a pedazos hasta antes de las elecciones, ad portas de convertirnos en Chilezuela, desde hace tiempo que la velocidad de crecimiento del parque automotriz supera con creces la velocidad con que somos capaces de incrementar la infraestructura caminera. Olvidan que el innombrable destruyó la infraestructura ferroviaria y que dejó casi intocada la infraestructura caminera nacional, con excepción de la carretera austral construida a punta de los famosos programas PEM y POJ.
Más allá de los dimes y diretes, el punto es otro. Al paso que vamos, mientras no nos hagamos una suerte de introspección, el tema de la congestión que se está viviendo, en el marco del modelito que nos rige, no tiene solución, cualquiera que sea el gobierno que tengamos. Hablo no solo de las carreteras. Estamos inmersos en un sistema capaz de producir reos a una velocidad mucho mayor que la que tenemos para construir cárceles. Así como las carreteras colapsan, también colapsan las cárceles, así como ha colapsado la capacidad del Servicio Nacional de Menores (SENAME).
Manteniendo intocado el paradigma dominante, que tenemos impregnado a la vena, creo que no tenemos remedio. Bajo el modelo imperante seguiremos teniendo un país a dos velocidades, el de los que les va bien, el de los que se libran de caer en la fosa, y el de los que les va mal, los que se caen a la fosa, los marginados, los que quedan fuera del sistema. Los que la pasan bien, y los que la pasan mal.
Si esto fuera consecuencia de quienes trabajan y no trabajan, no estaría mal. Lamentablemente no son pocos los que la trabajan de sol a sol, y la pasan mal, así como también no pocos, la pasan bien a punta de fraudes y triquiñuelas, haciendo como que trabajan.
En síntesis, bajo el modelo vigente la capacidad para producir “males” supera con creces su producción de “bienes”. De lo que se trata es de revertir el modelo por uno capaz de producir más “bienes” que “males”. Con voluntad, con ganas, poniendo por delante los intereses del ser humano, es posible.
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