En Chile, Piñera ha iniciado su gobierno siguiendo la lógica del refrán “a Dios rogando y con el mazo dando”. Por un lado, se está en una postura de buscar acuerdos con la oposición o parte de ella, proclamando la necesidad de la unidad nacional, buscando homologarse con el primer gobierno de la Concertación encabezado por Aylwin. Al mismo tiempo, particularmente a través de algunos de sus personeros, efectuando afirmaciones y/o adoptando decisiones que van en la dirección contraria a la proclamada al asumir.
En su primer discurso como presidente, Piñera hizo alusión a que buscará la unidad de todos los chilenos, y que reemplazará la errónea lógica de la retroexcavadora y el enfrentamiento por la sana cultura del diálogo, los acuerdos y la colaboración.
Si alguna vez se ha aplicado la lógica de la retroexcavadora, fue en tiempos del innombrable, cuando sin consulta, sin parlamento, entre cuatro paredes, se definió el modelo de país que tendríamos, y que supuestamente nos conduciría al desarrollo, el modelo educacional que nos regiría, el modelo previsional que posibilitaría pensionarnos con el 70% de nuestros sueldos en activo. Las consecuencias de esa retroexcavadora, están presentes en carne viva. En síntesis, mientras unos hablan de retroexcavadora, otros simplemente la aplican a como dé lugar.
Una sana cultura del diálogo, acuerdos y colaboración pasa necesariamente por estar abiertos a sentarnos sin imposiciones, amenazas, ni patadas en las canillas, reconociendo diferencias y buscando puntos de encuentro.
Será difícil llegar a acuerdos cuando al mismo tiempo se tiene un gabinete conformado por quienes en sus primeras declaraciones y acciones actúan más a semejanza de retroexcavadoras que de unidad y acuerdos. Colocar como ministra de la secretaría de la mujer a quien se opuso a la ley de aborto aprobada bajo el gobierno de Bachelet, y que por lo mismo deberá implementarla, no es justamente un mensaje de paz, sino que de guerra. Lo mismo ocurre con el ministerio de educación, en cuya cabeza se tiene a un ministro que es contrario a la gratuidad y que concibe a la educación como un bien económico. Y al frente del ministerio de justicia se nombra a quien fuera defensor del líder de Colonia Dignidad y soslayara las violaciones a los DDHH. Y la guinda de la torta es el ministro de defensa, quien en tiempos de senador de la región de la Araucanía estaba convencido que para resolver la violencia imperante en su región se debe recurrir a más mano dura, más represión, más militarización.
Las primeras actuaciones de estos personeros, así como de muchos otros, no son precisamente señales en la dirección de la búsqueda de acuerdos, sino que muy por el contrario. Pocas dudas caben que se está jugando a dos bandas, una estrategia que no ayuda en nada a una verdadera unidad nacional y al desarrollo del país.
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