Una mala educación, esto es, una educación de mala calidad, nos condena como país. Por tanto, me atrevería a afirmar, que revertir esta realidad está entre nuestros mayores desafíos.
No es necesario ser muy astuto para percatarse de las razones. Ser ignorante en la actualidad, tiene un costo muy alto. No solo nos sume en la pobreza material e intelectual, sino que además nos convierte en consumidores compulsivos al no tener la capacidad de reflexionar, de analizar críticamente, y por tanto corremos un alto riesgo de ser engañados fácilmente, de ser malos profesionales, de no desarrollarnos como personas. En síntesis, una mala educación nos destruye como personas y por ende, como país. Así de simple.
Si aspiramos ser un país desarrollado es imprescindible un esfuerzo mayúsculo en materia educacional, de todo orden, tanto financiero como de los procesos de enseñanza-aprendizaje, de gestión y de evaluación.
Lo expuesto involucra el trabajo a realizar tanto en el aula como fuera de aula, tanto en los establecimientos educativos como en el seno de las familias. Si bien los profesores son claves, la responsabilidad educativa no se circunscribe tan solo a ellos, sino que se hace extensivo al personal no docente, administrativo, directivo, a los medios de comunicación, al ambiente familiar.
Se equivoca quien crea que el proceso educativo se limita a los períodos escolares, porque en rigor se hace extensivo a toda la vida. Se aprende desde que nacemos hasta el fin de nuestros días. Nunca es tarde para aprender; siempre hay algo que aprender. Estar abierto a aprender es de la esencia del desarrollo humano. Esto nos incumbe a todos, la buena, la verdadera educación nos libera, la mala educación nos esclaviza.
Termino estas líneas con un mensaje que apareció en la puerta de entrada de una universidad, que decía más o menos así: “Destruir cualquier nación no requiere el uso de bombas atómicas o el uso de misiles de largo alcance, sólo se requiere de un bajo nivel educativo, ignorancia de su historia y que sus estudiantes hagan trampas en los exámenes y ante cualquier barrera que encuentren en la vida; los pacientes mueren a manos de quienes se gradúen como médicos; los edificios se derrumban a manos de quienes se gradúen como ingenieros; el dinero se pierde a manos de especuladores, malos economistas y malos contadores; la justicia se pierde a manos de jueces y abogados mal formados; la desigualdad se agudiza. En concreto, el colapso de la educación es el colapso de la nación.
Todos tenemos derecho a una educación de calidad, y nadie tiene derecho a recibir una educación de mala calidad. La buena o mala educación no se circunscribe a tener o no recursos económicos. Va mucho más allá de ello. La mejor defensa de un país es tener un país bien educado antes que bien armado.
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