En el reciente Congreso Futuro realizado en nuestro país, que tuvo lugar no solo en Santiago, sino que también en ciudades regionales, entre ellas Talca, entre los grandes y apasionantes temas abordados, se incluyó el del crecimiento. En esta charla, de Tim Jackson, destacado académico inglés, sostuvo que no podemos poner el foco en un crecimiento indefinido sin que en algún momento se produzca un impacto tal sobre nuestro planeta, cuyos recursos son finitos, que finalmente afecte nuestra capacidad de sobrevivencia. Jackson nos invita a reflexionar en torno a la posibilidad de una prosperidad sin crecimiento.
Desde tiempos remotos se ha debatido en torno a este tema. A mediados del siglo pasado el temor estuvo centrado en el crecimiento poblacional, particularmente entre los más pobres. Este temor se ha ido conjurando a través de una planificación familiar por medio de la masificación de píldoras anticonceptivas y la promoción del uso de preservativos. El caso extremo se observó en China con la política de limitar el número de hijos a uno solo por familia, política que hoy está en discusión y en vías de relajación.
A comienzos de los 70 los temores se centraron en las dificultades para encarar un crecimiento basado en un alto consumo de petróleo, lo que hizo encender las alarmas, presumiéndose un pronto agotamiento de las reservas. Es así como en 1972 se publica el informe titulado “Los límites del crecimiento”, donde se cuestionaba la tesis del crecimiento continuo de la actividad económica dados los límites físicos del planeta. Mal que mal los recursos que se tienen no son infinitos. Fueron los tiempos en que se postulaba la tesis del crecimiento cero.
Estos temores han terminado disolviéndose gracias a los avances científico-tecnológicos que han logrado disminuir la dependencia del petróleo por parte de los distintos países. ¿Significa ello que las preocupaciones eran infundadas? Muy por el contrario, tales preocupaciones impulsaron investigaciones, orientaron decisiones de financiamiento por parte de los gobiernos y privados para el logro de una mayor eficiencia en el uso de los recursos, así como hacia la búsqueda de nuevos yacimientos petrolíferos y de nuevas fuentes energéticas.
Con todo, es claro que no podremos crecer indefinidamente y que la prosperidad tenemos que ser capaces de alcanzarla sin que necesariamente estemos en perpetuo crecimiento. Esto nos lleva a reflexionar en torno a nuestros modos de vida, hábitos y estructuras de consumo. Por momentos pareciera que viviéramos en un ecosistema que aguanta todo. Pero no, nuestro ecosistema es frágil, su equilibrio está siendo puesto en jaque como lo prueban los cada vez más frecuentes desastres naturales –aluviones, inundaciones, terremotos-.
Esto pareciera un juego donde creamos problemas y los resolvemos. Al menos hasta la fecha hemos sido capaces de reaccionar y adoptar los cambios correspondientes. El agujero de ozono en la atmósfera que por años estuvo creciendo, ahora parece estar reduciéndose. Sin embargo no debemos bajar la guardia y no nos vendría nada de mal hacer un alto en nuestra existencia para no estar sometiendo a prueba los delicados equilibrios del planeta en que vivimos.
Con el desarrollo científico-tecnológico que hemos alcanzado, es una vergüenza que uno de los problemas mayores que enfrenta la humanidad sea el de la pobreza que aún aflige a millones de personas en el mundo entero, y la creencia que su solución pase por un crecimiento indefinido haciendo la vista gorda respecto de la distribución de sus frutos.
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