Ya se inició el 2016 sin que nos hagamos mayores expectativas respecto de lo que viene. Ello se explica porque día tras día asoman nuevos hechos, escándalos, como para agarrarnos la cabeza en forma permanente. Ojalá no dejáramos de sorprendernos, porque el día que ello ocurra, sería el día que nos acostumbramos a convivir con los abusos, las colusiones y todo aquello que nos rebaja como personas.
La dignidad exige poner coto a hechos repudiables, vengan de donde vengan, sobre todo cuando provienen de las élites, de la casta que se cree dueña del país, de nuestros destinos. Esta casta que cree haber descubierto como salida a sus desvaríos, relatos o cuentos inverosímiles basados en que no sabían nada, o que nadie les dijo.
Pareciera que viviéramos tiempos de caraduras o caras de palo, que delatan una crisis ético-moral, no del país, sino que de la casta, de las élites, de los apellidos ilustres, de las familias empingorrotadas, con riquezas heredadas, y otras no tanto, que han hecho fortuna con malas artes, que creen que el dinero todo lo compra. Ejemplos tenemos por doquier, en el plano político, como empresarial, civil como militar, deportivo como religioso.
La pregunta del millón es: ¿tenemos remedio? Sí, tenemos remedio, y me atrevo a sostener que ese remedio consiste, primero, en no perder nuestra capacidad de asombro ante hechos inmorales por más legales que sean y no sean constitutivos de delitos. En esta fase estamos.
Segundo, en pasar a una fase de denuncia, de no dejar pasar gatos por liebres. La tesis del caiga quien caiga ya cayó en el descrédito, porque los de arriba, no caen, son duros de matar, y si caen lo hacen sobre sillones bien mullidos. Entre otros, ahí están Jovino, Ena, Ponce Lerou, Natalia. Meo riéndose de los peces de colores. Los mismos que quieren mano dura con los de abajo, que ponen el grito en el cielo por la seguridad o la gratuidad universal en educación.
Tercero, cuando se trata de votar por quienes nos representen en las distintas instancias, políticas, deportivas, vecinales, sociales, decidir racionalmente, sin dejarnos llevar por el marketing, la publicidad. Hoy por hoy, quien mete más plata en una campaña suele llevar las de ganar. De otro modo como explicar que por más barrabasadas que hagan quienes elegimos, tienden a ser reelectos. Eso es una responsabilidad nuestra que no podemos eludir.
El filtro para esto último, decidir bien, no es otra cosa que disponer de una buena educación, amplia, abierta, que no solo nos llene la cabeza de conocimientos que pronto se tornarán obsoletos, sino que nos provea capacidad para comprender, analizar, discernir, evaluar, sintetizar y crear.
Se trata de un cambio complejo que nos tomará décadas, pero es un cambio insoslayable si queremos que dejen de vernos las canillas. Mi aspiración es que en el 2016 vayamos en esta dirección por el bien de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo.
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