Esta semana partió el por muchos tan esperado campeonato mundial de futbol. Su inauguración, sobria, deslucida, opacada por las dificultades que su organización ha generado, no estuvo a la altura de otras, ni de lo que se esperaba tratándose de un país como Brasil, donde el culto a la actividad física, a la música y al futbol no tiene parangón.
El mismo partido inaugural dejó más dudas que certezas respecto del país anfitrión, sorprendido por un país como Croacia, sin mayor tradición futbolística. No son pocos los factores que pesan sobre el ambiente reinante en Brasil, que está impidiendo el despliegue multicolor y alegre que caracteriza a sus habitantes.
Entre estos factores se encuentra, qué duda cabe, el contraste, el choque que producen los millonarios recursos económicos disponibles para la organización del campeonato y la realidad socioeconómica que los brasileños de a pie enfrentan diariamente. Este contraste ha dado origen a las protestas que en diversas ciudades se han estado dando y que están impidiendo que puedan vivir el campeonato como una verdadera fiesta.
Otro factor no menos relevante es la sombra del maracanazo del 50 que Uruguay le propinó a Brasil en la final de entonces, cuando toda la afición brasileña y mundial daba por sentado que el título quedaría en manos de los dueños de casa. La fiesta estaba montada, nadie daba un peso por Uruguay. Sin embargo, a contrapelo de todos los vaticinios de entonces, la celeste sacó la garra charrúa, esa garra que tiene todo hijo nacido en esas tierras, aquella que no da pelea por perdida, que a punta de pundonor, fuerza y coraje permite enfrentar lo que se ponga por delante.
Chile por su parte llega a este mundial en una suerte de estado contradictorio. La afición tiene expectativas fundadas y no fundadas. Entre las fundadas se encuentran la de contar con un plantel de jugadores de lujo, experimentado, que juega en las ligas más importantes del mundo codeándose con los mejores del mundo. Chile es más que en el pasado, ya no juega arratonado, se planta de igual a igual. De allí que existe confianza en pasar a los octavos, a los cuartos de finales, y porqué no, a las semifinales y a la final misma.
Desafortunadamente, existen antecedentes que obligan a aterrizar estas expectativas. Entre ellas, los últimos partidos preparatorios, si nos ponemos una mano en el corazón, nos obligan a la mesura porque así como se jugó ante Egipto e Irlanda, no se llega a ninguna parte. La defensa fue un pasadizo que hizo agua por todas partes. La condición física en que llegan muchos no es de las mejores. Están fundidos. Matías tuvo que regresar a casa, Vidal está recién operado, Valdivia en cualquier momento se puede caer.
Escribo estas líneas antes del primer partido de Chile y cuando vean la luz ya se sabrá cómo le fue. La serie es difícil, pero el primer partido es clave, aparte de que el rival a enfrentar es abordable, Australia, un país sin mayor historial futbolístico. Por tanto, Chile tiene la obligación de ganar, sí o sí, sin atenuantes, sin importar si lo hace por goleada o no, jugando bien o mal. Si no se gana, la fiesta preparada con tanto entusiasmo habrá que desarmarla. Ganando, se podrá seguir soñando, en caso contrario, de nada servirán las excusas, el arbitraje, el clima, las lesiones, el infortunio.
Mañana será otro día.
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