Encontrándome en Berlín, la capital de Alemania desde la reunificación, el derribo del muro, y la desintegración de la Unión Soviética, veo desatarse la crisis de Ucrania, una de las tantas repúblicas que componían la Unión Soviética.
La crisis fue gatillada por una resolución del parlamento ucraniano de asociarse con la Unión Europea, la que para hacerse efectiva requería la firma del presidente ucraniano, Viktor Yanukovich. Éste, se rehusó a poner su firma, en el marco de violentas protestas y manifestaciones que culminaron con su destitución. De ahí para adelante se desencadena una serie de procesos que se encuentran en pleno desarrollo.
Moscú, la capital de Rusia, de la mano de Putin, da un golpe de fuerza, calificando de ilegal la destitución y anexando la península de Crimea, que si bien pertenecía a Ucrania, operaba bajo un estatuto de autonomía. La anexión de Crimea es justificada por un referéndum y factores históricos. La verdad a la milanesa no es otra que el petróleo y gas existentes, su estratégica localización, y el origen ruso de la mayoría de sus habitantes. Hoy, Crimea ya es Rusia.
Hoy, a más de 20 años de la descomposición de la Unión Soviética, Putin está resucitando las pretensiones imperiales de entonces sobre bases bien poco democráticas. Sin asco, sin pelos en la lengua, frente a un occidente paralogizado, Rusia ha dado un golpe de fuerza buscando resucitar la Unión Soviética. Rusia, visualiza a los países que fueron de su órbita y que hoy limitan con Europa, como un colchón donde lo que ocurre en ellos no les resulta indiferente. Por el contrario, lo que allí ocurre, lo considera de su incumbencia, no vaya a ser que la influencia europea termine por socavar el poder de quienes dirigen los destinos de Rusia.
Ni Europa, ni Estados Unidos han reaccionado como hubiesen querido. Europa, por su dependencia energética. Y Putin lo sabe. Por desgracia, Ucrania no es ningún modelo de democracia que amerite ser defendido con entusiasmo, al igual que en todas las repúblicas que conformaron la Unión Soviética. Lo que quedó con la desintegración, y de lo cual Ucrania no es sino un ejemplo, al igual que Rusia, es un conjunto de países manejados por oligarquías conformadas que se hicieron de los despojos del poder estatal. Cuando hay elecciones, a lo más, lo que hay es el desplazamiento de una oligarquía por otra. Nacionalistas y excomunistas convertidos en oligarcas, mientras sus pueblos siguen pateando piedras.
Desafortunadamente, la situación económica y social que vive Ucrania no puede ser peor. Pobreza, rencor y miedo es lo que ronda por esos lares mientras unas pocas “familias” se reparten fortunas. Nada nuevo bajo el sol.
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