Al cumplirse 23 años del asesinato del exsenador chileno, Jaime Guzmán, el Senado guardó un minuto de silencio en una de sus sesiones ordinarias. La presidenta del Senado, Isabel Allende, hija del expresidente Allende, solicitó a los asistentes ponerse de pie. Camila Vallejo, diputada comunista, no lo hizo, permaneciendo sentada, aunque respetando el minuto de silencio.
Guzmán fundó el que es hoy por hoy el partido más grande de la derecha chilena, la Unión Demócrata Independiente (UDI), y fue su presidente hasta 1987. En las primeras elecciones parlamentarias después de la dictadura de Pinochet, gracias al sistema electoral binominal, no obstante salir tercero, fue electo senador por el período 1990-1998.
La derecha dura, representada por la UDI, poco menos que quiere canonizarlo, sin embargo, por su trayectoria política, más correspondería demonizarlo. Desde las sombras, estuvo en la génesis del golpe del 73, delineó las características centrales de la dictadura, fue actor central en la gestación de una Constitución Política del Estado, la del 80, plebiscitada sin registros electorales, sin partidos políticos, sin libertad de prensa y con una oposición relegada a la clandestinidad.
Jaime Guzmán no fue cómplice pasivo, sino que más bien fue partícipe activo, siempre desde una segunda fila, desde el primer minuto, en la construcción de un régimen demoníaco. Jaime Guzmán justificó permanentemente, con una dialéctica sin igual, las cortapisas, limitaciones a los derechos humanos y al ejercicio de la justicia, los que consideraba subordinados a los intereses superiores del Estado. Intereses que definía a su pinta. Su colaboración con la dictadura, al igual que su responsabilidad intelectual y complicidad con las consecuencias más nefastas –desaparecimientos, torturas, ejecuciones, exilios- no podrá ser tergiversada en la historia política chilena.
Quienes afirman que contribuyó al retorno a la democracia omiten al menos 3 hechos que lo retratan de cuerpo entero. Uno, su oposición al acuerdo nacional promovido por la Iglesia en 1985 y donde se buscaba una salida pacífica a la dictadura; dos, la noche del 5 de octubre de 1988, cuando las cifras señalaban que la oposición había ganado el plebiscito, Guzman y la UDI guardaron silencio, incapaces de reconocer la derrota; y tres, su oposición a una tibia reforma constitucional de 1989 destinada a facilitar la democratización.
En consecuencia, más allá del ideario político de la diputada Vallejo, que por lo demás no comparto, ella tenía sobradas razones para permanecer sentada y no ponerse de pie. Era lo mínimo que podía hacer en homenaje a quienes ya no están con nosotros.
El hecho que haya sido asesinado por un grupo terrorista, no amerita que sus enemigos políticos y la sociedad entera le rindan tributo, lo que no impide que le rindan tributo sus adherentes. Pero no seamos hipócritas.
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