Venezuela vive momentos críticos que se refleja en la posición de “combate” de las partes en conflicto, gobierno y oposición. Los adherentes de unos y otros tienen en común que no se soportan, no se toleran, no se aceptan, no creen en la palabra del otro. El país está polarizado, ya no fisurado, sino facturado y la responsabilidad de ello cada una de las partes se la endosa a la contraparte. Las posturas tanto al interior del gobierno como de la oposición en ningún caso son monolíticas, existiendo fisuras al interior de cada uno de ellos. En unos y otros hay quienes están en paradas más dialogantes o de combate.
Las posturas de combate, de jugarse el todo o nada, suenan más atractivas, pero no son compatibles con la democracia. Y lo que está en juego es justamente el talante democrático del país, su capacidad para resolver democráticamente, civilizadamente, sus diferencias. O se resuelve así, o se resuelve militarmente, imponiéndose unos sobre otros. Presumo que cada uno tiene poderosas razones para intentar imponer sus posiciones, pero aplastar a los otros, por más minoría que sea, no está dentro de las reglas de la democracia.
Por ello, la única salida es el diálogo, sentarse en la mesa, sin condiciones, para mirarse a los ojos, y conversar, escuchándose unos a otros, abriendo sus corazones, dejando atrás un diálogo de sordos. No hacerlo es suicida, para unos más que para otros, pero que nada bueno trae consigo para nadie.
El faro que debe iluminar las decisiones de las partes no es otro que revertir una situación actual –política, económica y financiera- insostenible en el tiempo, que solo trae perjuicios a todos, pero muy especialmente a los más pobres. Solo se benefician los corruptos. Todos sabemos que a río revuelto, ganancia de pescadores. Aislar el autoritarismo, venga de donde venga, de derechas o izquierdas, civil o militar, es la tarea del día.
Venezuela lo tiene todo para no estar en el trance actual. Su riqueza petrolera parece haber sido su salvavidas de plomo; es hora que deje de serlo y pase a ser la herramienta que contribuya al verdadero desarrollo al que aspiran los venezolanos.
Venezuela, Ucrania y Siria viven tiempos complejos. Sus muertos nos exigen poner término al drama que viven. Los traficantes de armas están al acecho sobándose las manos en espera de que se abran nuevos “mercados” –léase guerras- para la producción de armas y probar las nuevas capaces de matar más eficaz y eficientemente.
Convirtamos un juego de suma negativa, donde todos pierden -sobre todo los más pobres-, en uno de suma positiva, donde todos ganan.
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