La semana pasada nos enteramos que un golpe de peculiares características destituyó al presidente paraguayo, Fernando Lugo. No fue de esos clásicos golpes bananeros, militares, tercermundistas, duros, sin pelos en la lengua. No, en este caso fue un golpe parlamentario, blando, republicano, al amparo de la legalidad.
En realidad, todos los golpes se autodefinen como legales. De hecho, los partidarios de los golpes siempre aducen motivaciones legales, y con mayor razón quienes encabezan los golpes. Por último si no encuentran razones legales, las inventan.
En Chile creo que tenemos suficiente expertise en la materia. Primero se prepara el terreno, abonándolo, con resoluciones de cortes supremas, cámaras de diputados, adobadas con reducciones en la producción para generar escasez y mercados negros, y de postre, medios de comunicación que le ponen color vía planes zeta.
En este caso, la oligarquía paraguaya representada en el congreso, ofuscada por la ocupación de sus tierras, acusa a Lugo del asesinato de campesinos, y sin mediar proceso alguno, sumariamente, lo destituye de un paraguazo. Lo expuesto, me hace pensar, que el asesinato fue fraguado por la misma oligarquía agraria para inculpar a Lugo con miras a su destitución.
Lo concreto es que el congreso paraguayo, de un día para otro, se meten al bolsillo el sacrosanto debido proceso, en forma fulminante, en tan solo 2 días, destituye al presidente sin arrugarse siquiera. Criminales latinoamericanos de triste recuerdo no solo tuvieron derecho al debido proceso, sino que se dieron el lujo de dilatarlo indefinidamente para alcanzar a morir antes de ser condenados.
No puedo dejar de hacer la analogía con un golpe de similares características que se llevó a cabo hace 3 años, el año 2009, en Honduras. Bastó que los dueños del país se quisieran sacar de encima a un presidente que se las quería dar de díscolo, para que lo hicieran efectivo. Les costó un poco, pero finalmente salieron con la suya.
Así como en su momento se vivió una ola de dictaduras militares en nuestro continente, seguida de una ola de gobiernos democráticos, o al menos surgidos de las urnas, quizá los golpes de Honduras y Paraguay nos estén preanunciando una nueva ola destinada a reordenar el naipe. Este reordenamiento vendría con mano mora dado el desprestigio en que se encuentran las FFAA para asumir tareas gubernamentales luego de décadas en que dejaron impresa su huella.
En consecuencia, para quienes ansiamos y valoramos la democracia, constituye un negro presagio lo ocurrido en Paraguay por todo lo que significa en un contexto de desprestigio de la política, de sociedades altamente desiguales y endeudadas, fáciles de encandilarse con cantos de sirena.
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