Rotos, pero enteros
Hace poco me restablecieron los servicios básicos, entre ellos, los de internet, lo que me permite escribir esta columna que encabezo con una expresión de Mario Benedetti, insigne poeta, escritor, ensayista uruguayo, fallecido recientemente, para graficar el estado de ánimo que creo debiera representarnos como consecuencia del terremoto que afectó esencialmente a las regiones del Maule y del Bío Bío, y en menor magnitud a las regiones de Valparaíso, del Libertador O´Higgins, y metropolitana de Santiago.
Todavía sentimos las réplicas de lo ocurrido en una madrugada fatal, cuando la tierra se expresó violentamente. Minutos después, las zonas costeras sufrieron las consecuencias de un tsunami que no habría sido advertido por los organismos competentes.
Si bien estamos destruidos, rotos, debemos permanecer enteros. Estas son las ocasiones en las que sale lo peor y lo mejor de nosotros. Lo peor es la aparición de los buitres, con la consecuente imposición del toque de queda para frenar el pillaje y los saqueos mediante la masiva presencia militar por las calles y que nos hace recordar tiempos idos.
Lo mejor es la solidaridad, el acompañamiento, el fortalecimiento de las relaciones con la vecindad.
El acento lo pondría justamente en lo mejor. El movimiento telúrico nos remece, nos hace pensar, reflexionar, percatarnos que lo material, tal como llega, se va, es efímero; nos permite recordar que somos aves de paso, frágiles, mortales a pesar de todos los avances científico-tecnológicos que a veces nos hacen creer que somos capaces de controlarlo todo. Aparentemente vivimos tiempos de comunicación, sin embargo, en esta hora crítica los sistemas de comunicación fallaron, no hay capacidad de anticipación.
Los sensores habilitados para estos propósitos funcionaron emitiendo las señales correspondientes a los satélites que retransmitieron a las instancias locales pertinentes, pero estas no fueron capaces de interpretarlas y enviar mensajes claros de advertencia, por el contrario, estos mensajes fueron un verdadero canto a la ambigüedad.
Llevamos días incomunicados, sin luz, agua, gas. Los famosos sistemas inalámbricos también fallaron. Las famosas compañías de comunicaciones que habitualmente se jactan de proveer comunicación y cobertura total, no pudieron responder en esta hora crítica. Es cierto que la magnitud del evento sobrepasó toda expectativa, pero así y todo, invita a ser un poco más modesto y no publicitar con tanta pompa.
No olvidemos que Chile es país de tierras movedizas, donde de tiempo en tiempo, estadísticamente cada 50 a 100 años ocurre un evento de marca mayor. Esta vez nos tocó a nosotros vivirlo justo al término de 20 años de gobiernos de la Concertación, cuando ya nos creíamos el modelito político-económico a nivel latinoamericano. Las imágenes que han recorrido el mundo nos muestran en toda su dimensión. Todo parece una maqueta que se mantuvo en pie a duras penas, y que se vino debajo de un día para otro. Como un ídolo con pies de barro. Los saqueos nos muestran la cara oscura de este modelito: la marginalidad, la de los excluidos. Con todo, la magnitud del terremoto, 8,8 grados en la escala de Richter, el quinto a nivel mundial, pareciera que no nos deja tan mal parados en términos de víctimas. Menos de 1,000, en circunstancias que en otros países las víctimas suman miles frente a cataclismos de menor envergadura.
No es la hora de la desesperación ni de la impaciencia. Todos hemos perdido algo, unos más, otros menos; lo que no debemos perder es nuestra capacidad de reflexionar, de levantar la mirada, de levantarnos, de rescatar lo mejor de nosotros, de volver a empezar, de volver a nacer, de renovarnos. Así quisiera interpretar lo que siento que es el gran llamado que nos hace la madre tierra.
Bien Rodolfo.Por tu artículo deduzco que tu y tu familia están bien. Me alegro de ello.
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