La política por los suelos
No sé cómo catalogar los tiempos políticos que vivimos. Atrás quedaron los tiempos en se creía que la política era capaz de cambiar la realidad, en que se confrontaban ideologías intransables que a duras penas eran capaces de convivir pacíficamente, pero que invitaban a soñar un mundo y un hombre nuevo. Hoy, en cambio parecemos dominados por un pragmatismo apabullante capaz de aterrizar a cualquiera, donde se percibe que la política ya es incapaz de cambiar por sí misma la realidad para imaginar otra sociedad.
Reconozcamos que no es un fenómeno meramente nacional, trasciende nuestras fronteras, y se inserta dentro de un esquema en el que los ciudadanos y el propio Estado han perdido el peso que históricamente tenían. Los límites geográficos están siendo sobrepasados por la globalización a caballo de los avances en el mundo de las telecomunicaciones.
Mientras en el pasado la economía estaba supeditada a los dictados políticos, en la actualidad la política parece encontrarse totalmente subordinada a la economía. La economía elevada a nivel de ciencia. Entre el Banco Central y el Ministro de Hacienda definen lo que se puede o no se puede hacer, acotando el espacio de alternativas políticas disponibles.
El poder de las empresas transnacionales y de los grandes grupos económicos ha ido copando la agenda y acotando el espacio decisional de las autoridades políticas que una y otra vez se encuentran sobrepasados o ante hechos consumados definidos en otras esferas. No obstante ello, son los políticos los que deben dar la cara y asumir las responsabilidades de terceros.
En este contexto ha pasado a constituirse en un verdadero deporte nacional columpiar a los políticos. Curiosamente, cuando necesitamos ejercer más ciudadanía que nunca para asegurar la existencia de una verdadera competitividad, resulta que tenemos menos ciudadanía que nunca.
El padrón electoral no crece, envejece, cada vez más gente vota nulo y en blanco, y los dos bloques políticos mas poderosos lo son mas en virtud del binominalismo que por méritos propios. No solo esto, en las juntas vecinales, los sindicatos, los clubes deportivos, penan las ánimas, salvo honrosas excepciones, pero todos sabemos que una golondrina no hace verano. Sumergidos en el individualismo estamos renunciando a asociarnos con otros para emprender acciones comunes de beneficio mutuo.
Todo esto mientras una economía –incapaz de ser controlada políticamente- reduce nuestra capacidad adquisitiva y nos hunde a un nivel de endeudamiento insostenible. Lo más divertido, por no decir trágico, que capaz que los economistas –los mismos incapaces de evitar y prever la crisis actual- terminen por inculpar a los políticos de producirla y enfrentarla. El ladrón detrás del juez.
Mas temprano que tarde, la política y la economía asumirán el posición que les compete.
No sé cómo catalogar los tiempos políticos que vivimos. Atrás quedaron los tiempos en se creía que la política era capaz de cambiar la realidad, en que se confrontaban ideologías intransables que a duras penas eran capaces de convivir pacíficamente, pero que invitaban a soñar un mundo y un hombre nuevo. Hoy, en cambio parecemos dominados por un pragmatismo apabullante capaz de aterrizar a cualquiera, donde se percibe que la política ya es incapaz de cambiar por sí misma la realidad para imaginar otra sociedad.
Reconozcamos que no es un fenómeno meramente nacional, trasciende nuestras fronteras, y se inserta dentro de un esquema en el que los ciudadanos y el propio Estado han perdido el peso que históricamente tenían. Los límites geográficos están siendo sobrepasados por la globalización a caballo de los avances en el mundo de las telecomunicaciones.
Mientras en el pasado la economía estaba supeditada a los dictados políticos, en la actualidad la política parece encontrarse totalmente subordinada a la economía. La economía elevada a nivel de ciencia. Entre el Banco Central y el Ministro de Hacienda definen lo que se puede o no se puede hacer, acotando el espacio de alternativas políticas disponibles.
El poder de las empresas transnacionales y de los grandes grupos económicos ha ido copando la agenda y acotando el espacio decisional de las autoridades políticas que una y otra vez se encuentran sobrepasados o ante hechos consumados definidos en otras esferas. No obstante ello, son los políticos los que deben dar la cara y asumir las responsabilidades de terceros.
En este contexto ha pasado a constituirse en un verdadero deporte nacional columpiar a los políticos. Curiosamente, cuando necesitamos ejercer más ciudadanía que nunca para asegurar la existencia de una verdadera competitividad, resulta que tenemos menos ciudadanía que nunca.
El padrón electoral no crece, envejece, cada vez más gente vota nulo y en blanco, y los dos bloques políticos mas poderosos lo son mas en virtud del binominalismo que por méritos propios. No solo esto, en las juntas vecinales, los sindicatos, los clubes deportivos, penan las ánimas, salvo honrosas excepciones, pero todos sabemos que una golondrina no hace verano. Sumergidos en el individualismo estamos renunciando a asociarnos con otros para emprender acciones comunes de beneficio mutuo.
Todo esto mientras una economía –incapaz de ser controlada políticamente- reduce nuestra capacidad adquisitiva y nos hunde a un nivel de endeudamiento insostenible. Lo más divertido, por no decir trágico, que capaz que los economistas –los mismos incapaces de evitar y prever la crisis actual- terminen por inculpar a los políticos de producirla y enfrentarla. El ladrón detrás del juez.
Mas temprano que tarde, la política y la economía asumirán el posición que les compete.
Qué dios (si existe) lo escuche profesor!!!!
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