agosto 08, 2008

Tiempos perdidos

Uno de los efectos colaterales producidos por la modernidad, o asociados a ella es el de la magnitud de tiempo perdido, entendiendo por tal aquel que se ocupa y que no conduce a nada, que no nos permite crecer, por el contrario, nos reduce significativamente, con el riesgo de tornarse irrecuperable, En concreto y tan solo a modo de ejemplo, estamos refiriéndonos al tiempo que nuestros hijos, o nosotros mismos, ocupamos en ver programas televisivos faranduleros intranscendentes, o a sostener conversaciones banales por la telefonía fija, la celular, o a chatear para intercambiar sandeces por Internet, o a jugar al solitario. No nos estamos refiriendo a casos excepcionales, ni a momentos, sino a largas horas embobados, de donde se sale embotado, atontado. Has sido horas perdidas sin misericordia en las que el ser humano se sumerge en la nada misma. No se trata de ponernos tontos graves, se trata de un tema que está generando creciente relevancia en las más diversas esferas. No hace mucho una joven madre me expresó su preocupación porque su hijo pasaba horas y horas chateando, embrujado ante la pantalla mágica. Y todo intento por sacarlo de ese ambiente pasaba a ser motivo de ofuscación y malos ratos. El tema se agrava cuando de niños y adolescentes se trata, dado que se encuentran en edades en las que se forja su futuro. El tema nos concierne a todos y si pretendemos eludirlo solo lograremos agravarlo. Por tanto solo cabe encararlo y de frente. Los niños nos necesitan más que nunca. Su adultez se forja en estos minutos, por lo que los tiempos, los momentos que les destinemos no tienen precio. Serán retribuidos con creces. Estar y jugar con ellos es esencial. Rememoremos aquellos tiempos cuando los fines de semana nos llevaban al campo, a la montaña, a la playa. Allá nos hacíamos de amigos para jugar hasta que el cansancio nos tumbara. Y si el clima no lo permitía, no faltaba qué hacer en casa, ya sea leyendo, conversando o ayudando a nuestros padres. Esos tiempos inolvidables en los que no había en qué perder el tiempo. No teníamos televisores ni computadores. Los adolescentes también nos necesitan más que nunca y rara vez nos encuentran porque estamos subsumidos en nuestras rutinas, nuestros trabajos cada vez más alienantes, más exigentes. Como todo en la vida, la modernidad tiene dos caras, la buena y la mala. De nosotros depende con cual nos quedamos.

1 comentario:

  1. Anónimo9:27 a.m.

    Interesante su postulado, Don Rodolfo, pero tengo algunas dudas que quizás usted me podría aclarar. Si se hablara de las conductas idóneas de las personas, yo creo que siempre los mas viejos criticaremos a los mas jóvenes por no comportarse como nosotros lo hicimos cuando eramos de su edad. La tecnología, y su influencia tanto en la vida cotidiana del individuo como en la cultural de la sociedad--no habrá acelerado o alargado la distancia generacional? Puede ser que nosotros mismos perdimos bastante tiempo jugando al emboque, o con un run-run, o chuteando una piedra. Quizás nuestros padres estaban preocupados por las reuniones nocturnas que hacíamos con nuestros amigos bajo la luz de un poste, cuando deberíamos haber estado memorizando la tabla del nueve.

    Esto de tecnología y de distancia generacional me recuerda del papá de un amigo del barrio. El señor era abogado, y siempre parecía andar terneado y encorbatado. Para mi él era toda una autoridad. Él siempre tenia respuesta a cualquier pregunta que sus hijos le hicieran. Mi amigo parecía estar muy orgulloso de su padre, y con razón. Un día, el tema de conversación era sobre el primer satélite artificial lanzado al espacio por el hombre, el Sputnik, que no hacía mas de un día andaba dando la vuelta al mundo. Al recibir nuestra pregunta, Don Salvador se explayó con toda su conocimiento acumulado: “No, no es posible ver el satélite desde la tierra porque es muy pequeño". Puede haber sido esa misma noche, o la siguiente, cuando nuestro grupo callejero se percató de una luz estelar que se desplegaba por el cielo nocturno a una velocidad constante. "El Sputnik" gritamos, "el Sputnik". No quise mirar la cara de mi amigo.

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