Si nos atenemos a los resultados de las encuestas, que no hacen sino confirmar los de la última elección nacional de consejeros para reformar la constitución, la ultraderecha se está imponiendo por sobre la derecha tradicional. Podríamos afirmar que la ultraderecha ha salido del closet.
Cuando hago referencia a la ultraderecha, no lo hago
en términos despectivos. Simplemente me refiero a quienes están a la derecha de
la derecha, a quienes rompieron el cordón umbilical, a quienes se destetaron de
la derecha tradicional o conservadora, o la “derecha cobarde” como se la suele
denominar desde la ultraderecha o la derecha extremista.
En honor a la verdad, siempre han existido dos
derechas, o al menos dos derechas. La novedad estriba en que por primera vez,
al menos desde que tengo uso de razón, la ultraderecha dejó de ser minoritaria
dentro del espectro derechista. Si bien siempre ha existido, ella siempre ha
sido marginal, anecdótica, al menos en forma explícita como lo es en la
actualidad. Podríamos quizás decir que esta ultraderecha siempre ha existido,
pero subsumida, implícita dentro de la derecha. Recién en 2018 ha creído llegado el
momento de escindirse de la UDI, de la mano de Kast, bajo el nombre de Movimiento
Acción Republicana, y que en el 2019 es oficializado como Partido Republicano
de Chile.
Con santa paciencia ha logrado ir nutriéndose desde la
derecha y penetrando con singular éxito en los sectores más pobres, entre los evangélicos,
y los más jóvenes en base a un discurso ramplón, de proponer soluciones simples
a problemas complejos al más puro estilo Bukele. El mismo crecimiento de la
ultraderecha ha sido el germen de su división al surgir el Partido Socialcristiano
que tiende a reunir a los evangélicos, y el Partido Nacional Libertario, para
quienes el Partido Republicano parece habérseles quedado corto.
En todo caso las diferencias entre ellos son
marginales, y tienden a ser de orden personal, porque en lo sustantivo tienen
un discurso donde ponen sobre la mesa los mismos ingredientes y en similares
dosis: los de la inseguridad, del narcotráfico, y de la inmigración. Problemas,
que no sin razón agobian a la población, pero ocultando tres realidades
inobjetables: una, la responsabilidad que les cabe en ellos; dos, que se trata
de problemas que afectan a todo el mundo; y tres, que el gobierno, guste o no,
está enfrentando los problemas sin ignorarlos ni hacerles el quite.
Distinto es el caso al otro lado. La ultraizquierda,
la extrema izquierda, nunca ha logrado imponer sus términos. Sus mejores
tiempos fueron los del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de la mano
de Miguel Enríquez, el padre biológico de MEO. Y aún en esos tiempos, dentro
del espectro de la izquierda, siempre fue una fuerza política en franca minoría,
no logrando ganar para sí adeptos desde la izquierda. Política y
electoralmente, siempre la ultraizquierda ha sido minoritaria dentro de la izquierda. Y cuando tuvo algún peso las diferencias fueron insalvables y esterilizantes. Vaya a saber uno porqué.
Si bien se me quedan cosas en el tintero, quedaré
hasta acá para no abusar de vuestro tiempo. Pero antes de irme, quiero dejar
instaladas interrogantes para las cuales aún no encuentro respuestas: ¿Qué
responsabilidad tiene la izquierda en el crecimiento de la ultraderecha? ¿Cómo
explicar que los jóvenes y pobres que votaban por la izquierda y la
ultraizquierda, hoy lo hagan por la derecha y la ultraderecha? ¿Cómo explicar
que, tanto en Chile como en el mundo, la ultraderecha se esté fagocitando a la
derecha?