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En el ámbito educacional, me
refiero a la propensión aprobar a nuestros estudiantes con independencia de si
saben o no lo que se asume que deben saber, sea que lo merezca o no. La condescendencia
del profesorado hacia los estudiantes está batiendo records. ¿Cuál es su causa?
¿A qué se debe?
Son múltiples y no me voy a
adentrar en ellas, tan solo pondré algunas sobre la mesa porque no podemos
seguir así. Y no podemos seguir así, tanto porque nos estamos degradando
moralmente, como porque no estamos formando las personas y profesionales que
una sociedad sana requiere. Así de simple. Lo que estoy diciendo vale tanto
para el nivel de educación básica, media y superior.
Esto de aprobar a cualquiera no
tiene sustento alguno. ¿Dónde se ha visto que se egrese como si nada de educación
básica, y/o media, sin saber escribir textos bien redactados y sin errores
ortográficos? ¿Sin saber sumar, restar, multiplicar y dividir? No estoy
hablando al voleo. Lo comprobé por mí mismo. Mal que mal trabajé por más de 40
años en universidades tanto públicas como privadas.
Revisar informes escritos a mano
es todo un trabajo sofocante en los tiempos actuales, ya sea porque la letra
suele ser ilegible, como por los errores ortográficos y la mala redacción del
grueso de los informes. Al final opté porque me escribieran informes en
computadores para ganar en legibilidad, ortografía gracias al corrector
automático de los procesadores de texto, y en materia de redacción. Así y todo,
la mala ortografía y mala redacción persistían. A la hora de corregir pruebas
escritas a mano, era difícil no caer presa de mal humor.
Es así como un año decidí incluir
en las pruebas una sección sobre un cuento de un escritor latinoamericano que
les daba a leer. Les preguntaba por la trama, el desenlace, los personajes
principales, etc. No era una sección de castigo, sino de estímulo. La corrección
mía se centraba en dos puntos: uno, si había leído el cuento, lo que implicaba
que supiera la trama, el desenlace, los protagonistas, el ambiente, etc.; y
dos, si era capaz de redactar bien sus respuestas y sin errores ortográficos. Si
respondía bien, a la calificación de la prueba le incrementaba en un punto como
forma de estimular, de valorar la lectura, la buena redacción y buena
ortografía. El resultado no pudo ser más desastroso. Fueron excepciones los
casos de quienes se hicieron acreedores al punto de premio.
¿Cómo reaccionan las
universidades ante esto? A lo más se encogen de hombros. Lo que les importa es
que entren estudiantes, completar los cupos, las vacantes de las carreras
abiertas. ¿Porqué? Porque con los estudiantes viene la marraqueta, el
financiamiento.
Y así están las escuelas, los
colegios, los liceos, las universidades, buscando capturar al cliente, perdón,
al alumno. Y ay de los profesores que reprueben porque para hacerlo hay que
tener cuero de chancho para resistir los embates de lado y lado. Si son muchos
quienes reprueban con un profesor en particular, en un contexto en que el
grueso de los profesores aprueba para no hacerse mala sangre, ese profesor pasa
a ser objeto de estudio, de cuestionamiento, a ser una suerte de
profesor-problema.
Los procesos de acreditación y/o
certificación contribuyen a exacerbar el tema dado que es mal signo tener altas
tasas de repitencia y deserción, bajas tasas de titulación, largos tiempos de
egreso. Al final del día, la producción de profesionales parece asemejarse a la
producción de salchichas bajo la lógica de producir el máximo de salchichas en
el menor tiempo posible, sin importar cómo sale la salchicha.
A ver si otro día sigo porque a
esta altura ya me estoy indigestando. Abrazo a quienes tienen la paciencia de
leerme sin importarles las cabezas de pescado que escriba.