En una creciente cantidad de
países estamos observando lo que podríamos llamar una suerte de guerra, o relación
incestuosa, entre el mundo político y el judicial. Al expresarnos de este modo
pareciera que fueran mundos distintos, que no se tocan, que no se interceptan.
La realidad parece decirnos otra cosa. Que entre ambos mundos se pisan la cola,
colisionan.
A este vínculo se le suele denominar
con una expresión inglesa, lawfare, anglicismo que nace de “law” (ley) y “warfare”
(guerra), por lo que su combinación podríamos traducirla por guerra judicial.
Hurgando en las
distintas definiciones que se han dado, podemos afirmar que por guerra
judicial (lawfare) buscamos expresar la idea de persecución judicial basada en
intereses espurios y no en el imperio de la ley, el uso de procedimientos
judiciales con fines de persecución política, el uso político del derecho, la
instrumentalización de la justicia, la judicialización de la política y/o la
persecución judicial.
Otra definición más fuerte, pero no por ello menos válida, es aquella que la define como un mecanismo de ablandamiento político, o una suerte de subliminal invitación a no meternos en las patas de los caballos. En la práctica, tendría por objetivo excluir del ámbito político a quienes buscan impulsar cambios estructurales en la sociedad. En este marco observamos a diario filtraciones, todas interesadas, con propósitos políticos.
Distintas herramientas de
inteligencia artificial hacen referencia a la guerra judicial (lawfare) como el
uso estratégico del derecho y el sistema legal para lograr objetivos políticos,
económicos o sociales. A menudo, implica el uso de acciones legales para
bloquear políticas, proyectos, la participación pública, silenciar u obstaculizar
la acción de los opositores o silenciar a los críticos u opositores.
De hecho, cualquiera con dos
dedos de frente, percibe que el lawfare está siendo utilizado ya sea por
gobiernos, oposiciones, corporaciones, redes sociales, medios de comunicación convencionales
y hegemónicos, grupos de interés y personas con miras para influir en la
política y el discurso público. Unos más, otros menos, pero pocos políticos escapan
a la tentación de intervenir en el campo judicial, al igual que desde este
último en el terreno político. Que unos
y otros se hagan el Larry, es otro cuento.
Lo concreto es que el resultado
de todo esto, del lawfare, la guerra judicial no hace sino socavar la
democracia, silenciar a los disidentes y perpetuar la injusticia. Lo prueba el
clima de polarización política que se está viviendo, donde pareciera que todo
vale, y donde quienes estarían sacando más provecho serían los “no políticos”, “los
antipolíticos”, o quienes se las dan de independientes, “cansados de tanta
politiquería”. Lo estamos viendo aquí y en la quebrada del ají.
Probablemente así haya sido
siempre, pero pareciera que ahora es más descarado, grotesco y visible. En un
pasado no muy remoto esto era más sibilino y uno de los mejores ejemplos de “lawfare”
lo dio el innombrable quien “legalizó” su “pronunciamiento” con el aval de la
Corte Suprema que se cuadró de inmediato colocándose a sus ordenes sin decir
agua va.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario