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El título de esta columna se lo debo a un gran amigo que conocí unos meses después de llegar a Chile, en 1962 poco después del campeonato mundial de futbol.
Lo que está ocurriendo en Venezuela es una nueva oportunidad para reflexionar en torno a lo que es, o debe ser un gobierno de izquierda. El chavismo surge a fines del siglo pasado fruto de la corrupción a la que se llegó luego de sucesivos gobiernos socialdemócratas y socialcristianos. Nace con arraigo popular, con un pueblo dispuesto a defenderlo en el 2001 ante un conato de golpe de la derecha venezolana con apoyo de EEUU. El chavismo aparece para implementar un proyecto bolivariano, democrático y ético, por lo mismo, de izquierda.
Del entusiasmo de entonces, en
poco más de dos décadas, no queda nada. Todo lo que prometía el chavismo se lo
llevó el viento. La muerte de Chávez no hizo sino acelerar un proceso de
descomposición que ha desembocado en la tragedia actual marcada por la burocratización,
la corrupción, el narcotráfico y el caudillismo. Todo esto, al amparo de la
renta petrolera que hizo su trabajo demoledor para echar por tierra un proyecto, el bolivariano, que en su momento abrazó la izquierda. Proyecto que
en su origen alentó esperanzas, y que hoy vemos agonizar. Su implementación hoy
avergüenza a gran parte de la izquierda. Desgraciadamente no es el primero ni
será el último en malograrse en tanto la izquierda no encuentre su cauce.
Y no es para menos. La izquierda, como titulo esta columna, debe ser democrática y ética. Las derrotas de la izquierda no son derrotas de su
deber ser: democrática y ética. No olvidemos que el ideal democrático se opone al autoritarismo, al militarismo, al caudillismo, a la concentración del poder.
Por su parte, la ética se opone a la lógica del
todo vale en toda circunstancia o dependiendo de las circunstancias. La
izquierda es ética, o no es izquierda, así de simple. La ética en la izquierda
es crucial, en su ideario y en el comportamiento de sus adherentes. Una ética
que implica comprometernos con la verdad, la honestidad, la solidaridad. Esto significa
no mentir, ser honestos, ser solidarios con quienes sufren, con los desvalidos,
con los postergados, no dejarse corromper. Una ética donde la acción política
está destinada a servir, no a servirse ni usufructuar de ella. Una ética incompatible
con la corrupción y el oportunismo, que no concibe al Estado como un botín a
capturar. Una ética que no se ampara en bloqueos, boicots o agresiones para
justificar lo injustificable.
La izquierda debe ser leal con la
democracia, sin dobleces ni fisuras; debe ser leal con una ética capaz de
distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto, el buen trato
del mal trato a los demás. Visto lo expuesto, todo proyecto que se precie de
izquierda debe ser democrático y ético, cualesquiera sean las circunstancias. De lo contrario no es izquierda.
No es de izquierda hacer la vista
gorda al clientelismo, el autoritarismo, la identificación del Estado con uno o
más partidos políticos; sí lo es, respetar y promover la autonomía y
participación de las organizaciones populares, sean éstas, juntas vecinales,
centros de madres, sindicatos u otras.
Bajo estos parámetros, se desprende que el gobierno de Venezuela bajo la conducción de Maduro, se cae de maduro que no es democrático no ético. Por lo mismo, no es de izquierda.
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