No faltaban los motivos para el minuto de
silencio. Mal que mal, Sebastián fue accionista de Blanco y Negro, la sociedad controladora
del club hasta el día de hoy, sociedad que ha sacado y puesto presidentes en
Colo Colo desde que las sociedades anónimas hicieron su ingreso en el mundo de
los negocios futbolísticos. No solo fue accionista, sino que gran accionista dado
que estaba en posesión de importantes paquetes accionarios. Paradojalmente no
era fanático de Colo Colo, sino que de la Universidad Católica. Es tal como
están las cosas hoy.
Al final del día, el protagonismo del evento
no fue del partido ni del rey Arturo, ni el homenaje al expresidente Piñera, sino
la Garra Blanca gracias a los graves incidentes desatados a partir de la estruendosa
pifiadera y cánticos contra Sebastián a que dio origen el minuto de silencio. No
es primera vez que la Garra Blanca entra en acción para dejar una estela de
destrucción y desorden a su paso. La pregunta que cabe hacerse es ¿quién
financia a estas barras bravas? ¿quiénes les dan las entradas? No es primera
vez que los desmanes tienen lugar. Lo ocurrido me recuerda el refrán “cría
cuervos y te sacarán los ojos”. Sin perjuicio de la responsabilidad que les
cabe a quienes originaron la violenta destrucción de parte importante de un
estadio recientemente remozado, sería interesante indagar respecto de quién tuvo
la ocurrencia de instituir el minuto de silencio en una instancia que podría abrir
espacio a reacciones encontradas difíciles de contrarrestar. Me temo que pasará
el tiempo y no pasará nada, hasta la próxima destrucción.
En paralelo, por esos
mismos días, los ministros de la Corte Suprema resolvieron renovar su flota
automotriz que no alcanza a tener 10 años de antigüedad. El Ministro de Hacienda
metió la cuchara afirmando que tiene un vehículo del 2015 y que aún le funciona
lo más bien. Yo tengo uno del 2008 y también anda tiqui-taca. La resolución
parece una tomadura de pelo al país: decidieron comprar 22 vehículos de una
marca de alta gama avaluada en más de mil doscientos millones de pesos. O sea,
cada vehículo sale por un valor sobre los 50 millones cada uno. ¿En qué país
estamos? Después nos quejamos porque la gente está molesta, por la inseguridad,
por el terrorismo. Esto es impresentable, tan impresentable que al interior de
la propia Corte Suprema una minoría se percató que esto iba a generar ronchas.
Dicen que este proceso de compra no ha terminado. Eso esperamos, porque abre
espacio a echar pie atrás. De hecho dicen que de los arrepentidos será el reino de los cielos
Desgraciadamente esto no es algo aislado. Se inscribe en una realidad que a la larga le cuesta caro al país: el desencuentro entre las máximas autoridades, tanto civiles como militares y el pueblo, la gente de a pie. Máximas autoridades que gozan de granjerías que debieran hacerlas sonrojar. Han perdido la vergüenza. Este desencuentro, en vez de reducirse en el tiempo, pareciera crecer, incidiendo en el malestar que recorre al país y que de alguna manera termina estando detrás de una violencia sin sentido como la descrita más arriba en el Estadio Nacional. Después nos agarramos la cabeza a dos manos porque no lo vimos venir.
Brillante análisis mi estimado Rodolfo,saludos desde Puyay
ResponderBorrarMe parece un buen artículo, pero necesito saber quién es su autor.
ResponderBorrarRodolfo Schmal
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