Foto de Kelly Sikkema en Unsplash |
Según las Naciones Unidas, a
nivel mundial, estaríamos pasando de un estado que llamábamos de cambio
climático, a uno de ebullición climática. A pesar de las múltiples pruebas de
que este fenómeno está siendo causado por las actividades humanas, por nosotros
mismos, no faltan quienes lo niegan, los negacionistas. Son quienes postulan la
tesis de que nada pasará, de que estamos exagerando, y por último, si
terminaremos friéndonos, no será por culpa de nosotros, sino porque entraremos
a otra era. Por tanto, nada sacamos con intentar detener un proceso
irremediable que nada tendría que ver con lo que hacemos.
Así que sigamos bailando,
haciendo lo que venimos haciendo como si nada pasara. Lo que está ocurriendo me
recuerda la fábula de la rana que se introdujo feliz de la vida a una olla que
estaba al fuego con agua fría que se fue calentando lentamente. La rana se fue
acostumbrando nadando sin preocuparse de nada. Sin embargo, el agua seguía
calentándose hasta ponerse a hervir sin que la rana pudiese salir. Y la rana se
murió sin percatarse del peligro en que se había sumergido. No tuvo la
capacidad para reaccionar a tiempo ante los sucesivos cambios de temperatura
subestimando sus mortales efectos que tendría.
Es lo que ha ocurrido con los
mercados financieros que nos inundan con nuevos instrumentos que lenta e
imperceptiblemente van distorsionando los precios de los activos hasta que se
produce el colapso.
No es fácil predecir el
futuro, eso lo sabemos, pero ello no quita la necesidad de que reflexionemos in
profundis cuando observamos algo raro. Lo peor es aplicar la política del
avestruz, hacernos los lesos, o esconder todo bajo la alfombra.
Así como a nivel mundial
estamos pasando a un estado de ebullición climática, en Chile al igual que en un
buen número de países, pareciera que ahora estaríamos ingresando a una suerte de
estado de ebullición ética. Ahora nos
estamos percatando, pero todo apunta a que estuvo precedido por un proceso de cambio ético que se viene arrastrando por décadas sin que nos diéramos
cuenta, o si nos dábamos cuenta, nos hacíamos los locos. Pero bueno, esto ya da
para una siguiente columna.
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