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La oposición actual vive días difíciles. Si bien rescató un empate en las parlamentarias, cayó inapelablemente en las elecciones presidenciales y brilla por su irrelevancia en la Convención Constituyente. Mal que mal cuando la derecha fue gobierno, tanto con Piñera I como Piñera II, asumió enarbolando las banderas de la seguridad y de tiempos mejores.
La realidad dijo otra cosa. Hoy se viven tiempos peores y mayores
niveles de inseguridad. Si bien no todos los males que se viven son imputables
al gobierno que se fue, no por ello se le puede eximir de la responsabilidad
que le cabe. Generó expectativas que se vieron frustradas. Prueba lo expuesto
que su propia coalición, ChileVamos, terminó dándole la espalda.
Los dimes y diretes en su interior andan a la orden del día,
revelando desorientación y desunión. Se debate entre ser una oposición dura,
que niegue la sal y el agua al gobierno, o blanda, dialogante. Esta realidad se
arrastra desde hace tiempo, como lo revelan las recriminaciones que periódicamente
afloran una y otra vez, no obstante los esfuerzos por mantenerlas soterradas.
La disputa por la testera de la cámara alta desnudó la división
imperante. Teniendo los votos para elegir al presidente del Senado, lo perdió.
La UDI y Evópoli, con calculadora en mano, prefirieron que fuese encabezada por
un senador gobiernista, Elizalde, ante que por un senador de Renovación
Nacional (RN), y menos por José Manuel Ossandón.
Pero esto se viene arrastrando desde hace tiempo. Sin
necesidad de retroceder mucho en el tiempo, basta recordar las últimas primarias
presidenciales, donde la derecha concurrió con camas y petacas, escogiendo a su
abanderado, Sebastián Sichel, a quien abandonan a poco andar. Como a cuenta
gotas, poco a poco, diputados y senadores de la UDI, y también desde RN,
olfateando la derrota, van dándole la espalda para respaldar a José Antonio
Kast, quien no concurrió a las primarias porque sabía que allí perdía.
No es algo nuevo. Recordemos el primer gobierno de Piñera que
en su momento tuvo como ministros a Longueira, Allamand y Golborne. Estos últimos
se levantaron como precandidatos presidenciales de RN y la UDI para las primeras
primarias presidenciales en representación de la derecha. La UDI viendo que
Golborne iba de capa caída y que Allamand sería el ganador, como quien saca conejos
de un sombrero, a última hora baja sin vergüenza alguna a Golborne y levanta a
Longueira. Todo con el único propósito de impedir que Allamand fuese el
candidato que los representara. Esta rivalidad viene de los tiempos de Jaime
Guzmán y Sergio Onofre Jarpa, cuyos idearios al interior de la derecha se
colocaban en polos opuestos.
Y la UDI sale con la suya logrando el triunfo de Longueira
para al otro día declararse éste en estado de depresión e inhabilitarse como
candidato. Pero ya había logrado su propósito: exigir que el cupo le
pertenecía. Así es como se desembarazan de Allamand y levantan a última hora la
candidatura de Evelyn Matthei.
Traigo todo esto a colación para recordar que no es algo
nuevo. Tampoco es algo privativo de la derecha puesto que también lo vemos en
otras fuerzas políticas. Es la despiadada lucha por el poder, pero que en la
derecha adquiere connotaciones especiales por los intereses en juego, los que
suelen centrarse en los económicos. La derecha ha demostrado una y otra vez
cómo no se debe actuar. Harían bien el centro y la izquierda en no caer en la
tentación de dejarse llevar por intereses económicos y/o políticos de corto
plazo que terminan avergonzando.
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