En Chile, con motivo de la próxima
contienda electoral, han asomado preocupantes concepciones en torno a los derechos
humanos (DDHH). Concepciones que los banalizan, con extrema liviandad. Desde la
izquierda dura, particularmente la que tiende a estar tras la candidatura de
Artés, se encuentran quienes los vinculan con el derecho a la educación, la salud,
la vivienda, las pensiones y un largo etcétera, mientras soslayan lo que ocurre
en los regímenes que tanto admiran, donde las libertades individuales,
sindicales y políticas se encuentran severamente conculcadas mediante la
violencia de un aparato estatal represivo, comprometiendo con ello el respeto
irrestricto a los DDHH.
En la derecha dura los DDHH están
siendo abordados por los adeptos a la candidatura de Kast con una frivolidad
que nos retrotrae a los tiempos del innombrable. Tiempos donde los eufemismos
sobre la materia andaban a la orden del día y que hoy parecen querer volver por
sus fueros. Es así como hasta ahora han defendido las violaciones a los DDHH en
que incurrieron las fuerzas armadas y de carabineros. En su defensa, a lo más
han calificado tales violaciones como hechos aislados, o como lamentables
excesos, no reconociendo hasta la fecha la existencia de una política de
exterminio opositor. Política aplicada por los organismos represivos creados
exprofeso para estos efectos. El caso de los degollados fue uno de los más
emblemáticos. El país fue testigo de una política de violación de los DDHH que
incluyó despidos, torturas, desapariciones, asesinatos, secuestros, fusilamientos,
persecuciones y exilios.
El concepto de los DDHH adquiere preeminencia
en 1948 cuando la Asamblea de las Naciones Unidas resuelve aprobar la
Declaración Universal de los DDHH. Ésta surge como consecuencia de los horrores
de la segunda guerra mundial donde se ocupó todo el poder del aparato estatal
para sojuzgar, humillar y gasear a personas en razón de su raza, orientación sexual,
pensamiento religioso o político. Lo que se persigue con tal declaración es
poner límites al poder político y al poder militar, esto es, que nadie desde el
aparato estatal y al amparo de éste, a nombre de la patria, de la libertad, de
la justicia, o de lo que sea, pueda hacer lo que se les antoje sin responder
por las consecuencias de sus acciones.
En democracia se asume que el poder
militar está subordinado al poder político. Desgraciadamente, desde el inicio
de la transición democrática esta subordinación ha sido dudosa, por decir lo
menos. El poder político ha tenido un comportamiento signado por el temor,
comprometiendo con ello la esencia de lo que implica un régimen democrático en
forma. En este sentido se puede afirmar que la transición democrática estuvo
mal parida desde el minuto que quien perdiera el plebiscito del 88 se diera el
lujo de continuar por un año más, reasumir luego la comandancia en jefe del
Ejército, para posteriormente pasar a ser senador vitalicio en virtud de las
disposiciones constitucionales fraguadas por él mismo.
Se banalizan los DDHH cuando desde el
entorno de Kast se afirma que Krassnoff no violó los DDHH no obstante que fue
condenado por ello, y sosteniendo que los tribunales se pueden equivocar; se
banalizan los DDHH cuando se promueve una amnistía para los condenados de Punta
Peuco; se banalizan los DDHH cuando se justifican “los excesos” de organismos
aduciendo los más diversos motivos como si sus ejecutores se mandaran solos; se
banalizan cuando se promueve una reducción del aparato del Estado al mismo
tiempo que se apoya un aumento de la militarización del país.
Me resisto a
creer que la mayoría del país esté disponible para menospreciar y pasar por
alto los DDHH a favor de la militarización de la política. Sin embargo, no es
descartable en un contexto de corrupción y desprestigio de la política, junto a
un extensivo desorden e inseguridad que el gobierno se muestra incapaz de
resolver. Cabe destacar que los países libres no lo son por la vía de incrementar
el poder de amedrentamiento de la ciudadanía alentando un Estado coercitivo y militarizado.
Me asiste la convicción de que el orden y la seguridad tan ansiados por todos, no
se alcanza por esa vía, sino que por el camino del diálogo frente a frente
entre las distintas fuerzas políticas que abracen la democracia en su sentido
más pleno.
Muy cierto,!!
ResponderBorrar