noviembre 08, 2021

La Araucanía tiene una pena

Photo by Cecilia Skaf on Unsplash

La violencia que afecta diariamente a la región de la Araucanía  revela un conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche que no parece haber sido atendido, abordado, ni resuelto oportuna y debidamente. De otra forma cuesta entender que este conflicto se perpetúe y no nos quiera abandonar afectando las vidas de muchas personas. Un drama que más temprano que tarde termina afectando a todos. Imposible tomar palco, desentenderse de él. ¿Cuál drama podrá preguntarse? El desencuentro entre dos mundos, el del Estado de Chile y el de los indígenas. Si bien hay períodos históricos en los que la violencia ha amainado, siempre vuelve.

Hay muchas preguntas sin respuestas. Hay muchas interpretaciones de acuerdo al cristal con que se quiere mirar. Ha habido múltiples intentos por abordar el conflicto. Todos fracasados. La desconfianza permea a todos los sectores. Desde el Estado, si bien han existido iniciativas conducentes a su resolución, todas ellas han fracasado. Y hoy, al Estado no se le ocurre nada menos y nada más que una política de militarización, abandonando todo diálogo sin imposiciones al amparo de los cortes de carreteras que obstaculizan el libre flujo vehicular, de las quemas de camiones que prestan servicio a las empresas forestales que operan en la región, de la necesidad de imponer el estado de derecho.

Todo esto ocurre en un período en el que se tiene un gobierno nacional encabezado por una coalición de derecha, ChileVamos, que ganó las elecciones con el slogan de vendrán “tiempos mejores” asegurando ser capaz de imponer el orden y la seguridad. Al revés de lo que se prometió, La realidad diaria nos dice que tenemos más desorden y más inseguridad.

Como en tantas otras cosas, es imperativo levantar la mirada, salir del área chica y hacer un esfuerzo por ver sin anteojeras lo que está pasando. Lo más fácil es asumir que el conflicto se debe a la infiltración de grupos terroristas y narcotraficantes a los cuales habría que combatir con toda la fuerza que franquea la ley. 

Olvidan que el pueblo mapuche es el grupo social más discriminado, pobre y marginalizado del país según las encuestas que anualmente realiza CASEN. Esta exclusión supone necesariamente hacerse cargo de la génesis histórica del conflicto que surge con la ocupación de la Araucanía, que continúa con la política de colonización implementada y la usurpación de tierras en que vivían los mapuches. Estos hechos, están asociados a un pueblo que tiene una especial relación con la tierra y con la madre naturaleza que difiere sustantivamente de la imperante en la sociedad moderna. 

Estamos frente al choque de dos culturas, a la imposición de una cultura sobre otra, no existiendo disposición para legislar a fondo sobre este punto. Dos visiones se contraponen con mucha fuerza: la de una sociedad chilena cuyo desarrollo se mira en el mundo occidental, global, moderno, en contraposición a una sociedad constituida por mapuches cuya identidad se encuentra gravemente herida como consecuencia de una prolongada y despiadada colonización que solo acepta al mapuche sumiso y anecdótico. Todas las políticas implementadas por sucesivos gobiernos sobre la materia han sido meramente paliativas, chuteando la pelota hacia adelante dado que la violencia originaria sigue presente. Los enfrentamientos crecen, se radicalizan y se judicializan. Nadie, hasta la fecha, ha tomado el toro por las astas.

Desde la década de los 80 en plena dictadura, existe un despertar indígena, del orgullo por una identidad étnica que se había apagado a punta de humillaciones, precariedades y abandonos. Despertar que se expresa de múltiples formas a fines del siglo XX. Renace con fuerza y violencia con la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) que se rebela frente a la visión de Chile como un país que representa a “un pueblo, una nación, un Estado”. Renace cuando un dirigente mapuche, Víctor Ancalaf, le dice en un cara al presidente de entonces, Frei Ruiz-Tagle “fuera del territorio mapuche” en pleno acto de inauguración de una planta de la empresa maderera Mininco afincada en la zona.  El mismo Ancalaf denuncia que “los mapuches llevamos cientos de años habitando estas tierras y hoy estamos arrinconados, empobrecidos, marginalizados por la llegada de empresas transnacionales que no respetan nuestros derechos y por un gobierno chileno, demócrata según se dice, que trabaja codo a codo con estos usurpadores”.

 Así es como se va abriendo espacio a la concepción de un país que representa a más de un pueblo, multicultural. Mientras no seamos capaces de asumir esta realidad, difícilmente la violencia cederá paso a la paz. Tan solo el diálogo honesto, sin subterfugios ni dilaciones ni engaños,de igual a igual, será capaz de conducirnos a una paz duradera.

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