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Al fin logramos ganar dos partidos al hilo. Ante Paraguay fue una victoria difícil en momentos claves. Frente a Venezuela fue más fácil, como era de presumir. ¿Es posible abrigar esperanzas de clasificación a esta altura? Difícil, muy difícil, porque se tendría que dar una constelación de resultados milagrosa. De hecho en la última jornada pareciera que las estrellas se alinearon a favor de Chile porque todos los resultados nos favorecieron. Con todo, me pregunto: ¿estamos para milagros? No lo creo, aunque bien sabemos que soñar no cuesta nada.
¿Qué tuvieron de bueno los partidos ante Paraguay y
Venezuela? Las victorias, los resultados, la batalla que da el equipo, que los
jugadores no se rinden, que queda una tenue esperanza, que emergen nuevos
jugadores. Los chispazos de uno u otro jugador, los goles de Brereton, Pulgar e
Isla.
¿Qué tuvieron de malo los partidos? Todo el resto. Si
nos ponemos una mano en el corazón y no nos dejamos llevar por el exitismo, aparte
de los goles, debemos reconocer que en largos pasajes de ambos partidos, el
equipo se muestra errático, irregular, no pocos pases sin encontrar destino,
pocos tiros al arco. En cierta forma, de no ser por lo que queda de la
generación dorada, hemos vuelto a lo que éramos antes del loco Bielsa. Un
equipo con poca chispa, mucho pase lateral, hacia atrás, y muchos momentos de
juego intrascendente, a la espera del zapatazo, de algún arranque individual.
El juego colectivo, electrizante, desapareció. Con Bielsa y Sampaoli, la orden
era concentración, sumergirse en el partido, aperrar, el pase hacia adelante,
en profundidad, el movimiento perpetuo, con la mirada puesta en el área del
contrincante. La velocidad para correr, ya sea para atacar como para
retroceder, era la marca registrada de un plantel que nos deleitaba.
Todo eso siento que se perdió, que pocos rastros
quedan. Que los positivos resultados de estos últimos partidos no nos engañen. El
proceso de transformación del futbol chileno iniciado por Bielsa se truncó. Nos
quedamos pegados en la generación dorada que ya vive sus últimos estertores. Las
victorias no deben obnubilarnos. No podemos tapar el sol con el dedo. No se
trata de sumirnos en el pesimismo, sino de ser realistas.
Recordemos que no se alcanzan las altas cumbres sin
esfuerzo, sin proyecto, sin proceso, sin trabajo en equipo, sin convicción.
Justo lo que está haciendo falta. Que los triunfos no nos emborrachen la perdiz.
Tenemos que recuperar la senda perdida por la vía del esfuerzo, de un proyecto
y un proceso, de trabajo colectivo, con convicción, desde las canteras, desde
las divisiones inferiores.
Que vayamos o no a Qatar ya es lo de menos. Lo
importante es recuperar la senda perdida.
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