diciembre 03, 2019

Uruguay: ¿qué es lo que viene?


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La ajustada victoria de Lacalle es ilustrativa de una realidad que se está dando en todas partes: la existencia de dos mitades que no piensan igual, más bien que piensan, razonan de una manera diametralmente distinta. Entre esas mitades existiría una grieta cuya profundidad cuesta dimensionar. Si bien no son mitades homogéneas dado que al interior de ellas existen fisuras, éstas no alcanzan a tener la dimensión de la grieta.

Si tomáramos una línea con un punto inicial y un punto final, ambos asociados a las extremas derecha e izquierda, podemos decir que existía una suerte de continuum por la existencia de un centro moderador, que de alguna manera actuaba como vaso comunicante o amortiguador. Hoy la línea está quebrada, transformada en dos líneas, sin puntos en común. El quiebre es la grieta, es la señal de incomunicación, salvo que exista un esfuerzo de aproximación, de reconstrucción de una única línea, una línea de reencuentro de ambas. En Uruguay, el escenario político a lo largo del siglo pasado estuvo dominado por los partidos blanco y colorado, sin contrapeso alguno. La derecha y la izquierda se encontraban subsumidos en ambos partidos merced a la ley de lemas imperante. Recién a inicios de la década de los 60 hace su aparición Frente de Izquierda de Liberación Nacional (FIDEL), nacido al amparo de la revolución cubana, antecesor del actual Frente Amplio (FA).

El FA logra romper la hegemonía de los partidos tradicionales recién a comienzos del presente siglo, encabezando el gobierno por tres períodos consecutivos. Los grupos de izquierda que se encontraban en los partidos blanco y colorado, aun siendo por lo general minoría al interior de ellos, lograban algún grado de influencia en las correspondientes andaduras gubernamentales. Al desprenderse para confluir en el FA, una consecuencia fue la derechización, tanto del partido blanco o nacional como del partido colorado.

Es así como se llega a que así como blancos y colorados eran partidos rivales, hoy son partidos aliados que, junto con la reciente creación política de uncomandante dado de baja por el presidente Vázquez, Manini Ríos, Cabildo Abierto. Este último partido tiene su base partidaria entre los militares y de quienes tienen una débil adhesión a los ideales democráticos.

Así como en Uruguay, en muchos otros países, al menos de Latinoamérica, se ha producido un vaciamiento del centro, que es la que explica la grieta. Cuán insalvable sea esta grieta está por verse. Este vaciamiento político, también se ha estado dando a nivel socio-económico. En efecto, dentro del eje pobreza-riqueza, la grieta se expresa en la creciente y lacerante desigualdad que nos afecta. Si bien, en mayor o menor medida los niveles de pobreza han disminuido, quienes han salido de ella se encuentran en un estado de alta vulnerabilidad, “a medio morir saltando”, bajo el temor de volver a caer en cualquier momento en la pobreza por la inseguridad y precariedad de sus empleos.

La elección presidencial uruguaya y su resultado se inscriben en este contexto. Los pilares del triunfo de Lacalle fueron crecimiento y seguridad, los mismos que llevaron al triunfo de Piñera, candidato de la derecha en Chile. Se acabaría la fiesta de los delincuentes y se retomaría la senda del crecimiento. Al menos en lo que respecta a Chile, lo concreto es que hoy se puede afirmar que los delincuentes ya no están de fiesta, sino que de carnaval. Y respecto del bajo crecimiento que reprochaban al gobierno de Bachelet, hoy se tienen que morder la lengua, porque el deterioro que se observa es demasiado elocuente.

Haría bien Lacalle en leer bien el escenario en el que se encuentra. Si quiere imponer el modelo neoliberal a como dé lugar, siguiendo el camino de Chile, le irá mal. Lo que se está viviendo en este minuto, el reventón social es consecuencia de una imposición del modelo que la izquierda no fue capaz de desmontar, a lo más amortiguar, retrasar el estallido que ya nadie pensó que vendría.

Al respecto sugiero leer la columna fin del modelo neoliberal 

El FA ya gobernó y cayó en la trampa de la corrupción, de la cooptación, del anquilosamiento, del nepotismo, y por poco se le perdona. Su derrota en la actual coyuntura debe verse como un triunfo. Suerte que no ganó porque la obliga a repensársela, a volver a sus orígenes, a renovarse. Con otro triunfo se habría dormido en sus laureles. Tenía que morder el polvo de la derrota.

Ahora Lacalle deberá tener al frente a un FA más inteligente, más joven, que rescate lo mejor de sí. Si Lacalle decide ir por el camino de dotar al país de un mejor Estado, más robusto, con menos grasa y más músculo, que no sea cooptado por grupos de interés, con una seguridad basada en una mejor educación y una mejor salud, antes que en más FFAA, deberá contar con el apoyo entusiasta del FA.

En estas circunstancias, la insalvable grieta a que hacía alusión al comienzo, se podría salvar.

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