Los nuevos tiempos, más que mejores, parecen ser de miedo. No solo el prestigio de los políticos está por el suelo. También lo está el de los miembros de las fuerzas armadas, incluyendo por cierto a los carabineros, el de los sacerdotes, los dirigentes deportivos, y el de los empresarios. Si bien todos salen salpicados, no debemos meterlos a todos están en el mismo saco dado que, aunque nos cueste creerlo, hay quienes se destacan por su honestidad, su limpieza de alma. Sin embargo, como dice el refrán “hay justos que pagan por pecadores”.
Lo preocupante es que los delitos implicados –fraudes, cohechos, colusiones- no son de ciudadanos de a pie, de soldados rasos, sino que de las clases dirigenciales, de las élites, las que se supone que deben dar el ejemplo, constituirse en modelos a seguir. Y vaya los modelitos que tenemos! Modelitos que avergüenzan, y no solo eso, sino que, de una u otra forma, se las arreglan para sortear los “debidos procesos” ya sea eternizándolos, ya sea “negociándolos” para reducir o eliminar las penas, o por último, acogerse a prescripciones.
Y cuando se trata de legislar sobre la materia con miras a aplicar penas más duras, no faltan quienes aducen toda clase de razones para que ello no ocurra. En paralelo los medios de comunicación nos atiborran con noticias en torno a crímenes -asaltos, portonazos, femicidios, etc.- o noticias faranduleras –mal que mal los diarios que más se venden son los sensacionalistas-. Simultáneamente algunos altos personeros políticos, diputados, ministros o el propio presidente de nuestra república buscan animarnos el almanaque con bingos, corbatas, sugerencias destinadas a invertir en el exterior, o con lecciones botánicas al recordarnos que para que crezca un nuevo árbol, hay que dejar atrás los arbolitos viejos, en alusión al cierre de empresas.
El “desliz” del ministro de economía es espeluznante, por venir de donde viene, del responsable, junto con el ministro de hacienda y todo el país de promover las inversiones en el país, sembrar confianza, de atraer inversión extranjera, y no andar promoviendo que los nacionales inviertan en el exterior. No es tan solo un asunto de forma, sino que un asunto de fondo. Este ministro de economía, Valente, es el mismo que en su momento editó un libro para celebrar los 30 años del sistema de AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones) y en el que se resaltaban sus bondades. Consultado por sus cotizaciones en las AFP, muy suelto de cuerpo y sin arrugarse, tal como ahora, sostuvo que no cotizaba porque era independiente, y que prefería invertir en otros instrumentos. Como el cura Gatica, predica pero no practica.
Todo esto ocurre en tiempos en que los de arriba se abanican mientras los de abajo la están viendo perder, o precarizar, sus fuentes laborales, aumentar sus niveles de endeudamiento; y/o endurecer los castigos para sus delitos. Pareciera ser la hora de repensarlo todo, de aplicar una suerte de reingeniería en la forma en que nos organizamos, en que actuamos, en que hacemos las cosas.
Y si me apuran un poco, creo que lo descrito trasciende al país.
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