Con la llegada del innombrable en el 73, el país experimentó un cambio de timón que perdura hasta el día de hoy. Un cambio en todos los frentes a punta de bayonetas. Entre ellos, el modelo productivo de sustitución de importaciones que se implementó desde las primeras décadas del siglo pasado, por un modelo basado en las exportaciones en base a la teoría de las ventajas comparativas. Esto es, que nos concentráramos en producir aquello en que somos más eficientes, dejando que otros produzcan aquello en lo que nosotros seríamos ineficientes, o no tan eficientes. La implementación de este nuevo modelo se basó en una drástica rebaja arancelaria, esto es de las tasas que debía pagar todo producto importado que los encarecía artificialmente para promover su producción nacional. Todo se ve superlógico, sin embargo la realidad ha resultado ser algo más compleja. En efecto, a más de 40 años de la implantación de esta política, las consecuencias negativas están a la vista.
Primero, la incipiente industria nacional que se estaba gestando, prácticamente desapareció. Su personal pasó a engrosar el desempleo, y posteriormente, el empleo informal, callejero, que perdura hasta la fecha. Había que aguantar el chaparrón mientras se generarían empresas exportadoras que absorberían el desempleo generado. Esto último no ocurrió, dado que estas últimas no generaron empleo en la magnitud del que se destruyó.
Segundo, el empleo se precarizó, se volvió inestable de la mano de una reforma laboral que alteró sustantivamente la relación de poder entre el factor trabajo y capital en favor de este último. Con ello se favoreció la subcontratación, la externalización, el debilitamiento de las organizaciones sindicales, reduciéndose la capacidad para negociar colectivamente. Esta realidad se mantiene hasta nuestros días no obstante los esfuerzos por equilibrar la relación entre el capital y el trabajo.
Tercero, se asumía que habría un impulso exportador en producir aquello en lo que seríamos más eficientes, sin embargo a más de 4 décadas en nuestra canasta exportadora sigue dominando sin mayor contrapeso la exportación de nuestros recursos naturales sin mayor valor agregado. Esto es, seguimos exportando cobre en bruto, maderas en bruto, frutas. Todo nuestro discurso en favor de la innovación, del emprendimiento y los incentivos disponibles desde que tengo uso de memoria, han caído a saco roto, más allá de iniciativas exitosas puntuales, pero sin mayor peso.
Por último, nos hemos vuelto más frágiles. En vez de ganar en autonomía, independencia, hemos estado transitando por un sendero que nos está conduciendo a un incremento en la dependencia de factores que no controlamos.
No se trata de practicar la autarquía, ni de ser autosuficientes, simplemente se trata de no exagerar, de no abrir de par en par puertas y ventanas para quedar en la intemperie, como es el estado en que nos encontramos ahora, donde hasta las pensiones dependen de China y del resto del mundo, donde el trabajo de toda una vida se puede estar yendo por la alcantarilla.
Se trata simplemente de no pasar de un extremo a otro. En síntesis, es necesario tomar ciertos resguardos, como de hecho lo hacen los países de mayor desarrollo. Me cuesta creer que ellos sean tan tontos para hacerlo, y nosotros tan inteligentes como para no hacerlo.
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