Desde que Michelle hizo mención al “realismo sin renuncia” se han sucedido una serie de interpretaciones a la pinta de cada cual. No es para menos. Desde las filas de la Nueva Mayoría (NM), unos ponen el énfasis en el realismo, en la necesidad de adecuarse a las circunstancias, a un contexto caracterizado por un escenario económico complejo; otros ponen el acento en “sin renuncia”, esto es, que no se abandona el programa de gobierno para el cual fue elegida. Desde la oposición, o toman palco, o buscan meter cuña para dividir.
No cabe duda que la candidatura y triunfo de Michelle se explican, en lo fundamental, por el impulso de los movimientos sociales, el hastío con un modelo económico altamente discriminador en contra de los más desposeídos que en vez de reducir la desigualdad, la agudiza. Un modelo político, económico, social y cultural parido en dictadura y consolidado a lo largo de todas estas décadas. Los gobiernos de la Concertación, encorsetados por el empate político definido por un sistema electoral binominal que infló a la derecha, unas FFAA que dejaron el gobierno, pero que siguieron teniendo peso, con la desenfadada presencia del innombrable en la comandancia en jefe del Ejército primero, y luego como senador vitalicio. A ello hay que agregar la vigencia de una constitución que dificulta in extremis todo cambio al modelo.
Finalmente, luego de 20 años de Concertación, la ciudadanía optó por entregar el gobierno a los papis del modelo, la derecha. Así y todo, no le fue fácil ganar, lo que logró gracias al desgajamiento de la Concertación de sectores de centro. Los 4 años de gobierno de Piñera terminaron convenciendo a la ciudadanía que era la hora de realizar una serie de reformas que no admitían mayores postergaciones. Reformas en el ámbito educacional, constitucional, laboral y previsional conducentes, no a eliminar la desigualdad, sino que a dejar de ser los campeones en materia de desigualdad. De allí la necesidad de revertir la consolidación de un modelo que está consagrando una desigualdad perniciosa, generadora de inseguridad, desconfianza y desánimo.
A poco andar, se pudo constatar que otra cosa es con guitarra, que a la hora de aterrizar las reformas, las dificultades no son menores, que más allá de los titulares, hay un contexto que es cambiante. Que el horno no está para bollos. El punto es ¿cuándo el horno está para bollos? ¿quién lo define?
Es así como con el devenir de los días han estado en el tapete noticioso nuevos verbos: priorizar, gradualizar. Nada nuevo bajo el sol. En efecto, gobernar es priorizar, es gradualizar. Nunca, no solo ahora, nunca se tienen todos los recursos que se requieren. Son pocos los que pueden darse el lujo de hacer lo que quieren de un paraguazo. Gobernar es ordenar, tener una agenda de prioridades, tener una carta Gantt. Es imposible hacer todo de un viaje. Sobre todo en política, que no es otra cosa que el arte de negociar, de resolver civilizadamente los conflictos, con un papel y un lápiz, sin odios ni violencias, sin bayonetas ni pistolas al pecho, en la medida de lo posible.
El tema es ¿Quién define lo posible? ¿quién define lo que viene primero y viene después? ¿la mayoría o la minoría?
Rodolfo: en mi opinión, el realismo a veces lleva a la renuncia. No siempre es posible hacer lo que se quiere.
ResponderBorrarSaludos.