Chile, al igual que muchos otros países, sobre todo de América Latina, está sumergido en un debate en torno a la educación en la convicción que a través de ella alcanzaremos el tan ansiado desarrollo. Existe acuerdo en la necesidad de una buena educación, o de una educación de calidad, pero de ahí para adelante son más los desacuerdos que los acuerdos. De partida lo que se entiende por una educación de calidad depende del cristal con que se mira, porque para unos sería aquella que nos permita ser más productivos, más competitivos, más eficaces, más eficientes; otros, enfatizarán otras aristas, tales como el desarrollo del pensamiento crítico, la responsabilidad, la disciplina, la colaboración, el trabajo en equipo, entre otros, lo que no significa que el conjunto de estos atributos necesariamente se opongan, por cuanto bien podrían complementarse. De hecho, el ideal es que se complementen.
Ilustración de Cristóbal Schmal http://www.artnomono.com
No sacamos nada con consolarnos en base a que los resultados de nuestro sistema educativo están entre los mejores en América Latina. Para salir del subdesarrollo, romper las desigualdades, terminar con nuestra dependencia de la exportación de recursos naturales sin mayor valor agregado, es indispensable dar un gran salto en el ámbito educacional que nos habilite para ingresar a la sociedad del conocimiento. En caso contrario seguiremos pateando piedras.
Lo que tenemos en Chile desde la década de los 80, instalado de mala manera, tuvo como propósito, confesado o inconfesado, destruir la educación pública, promover la educación privada, en la seguridad de que por ese camino la educación chilena daría el gran salto por tanto tiempo esperado. Esta visión ideológica, impuesta a punta de bayonetas, sin mediar elección alguna, es la que hoy se encuentra en debate desde la revolución pinguina el 2006 y reforzada con las movilizaciones estudiantiles del 2011.
La educación de mala calidad que tenemos no se reduce a las escuelas municipales, dado que se extienden a las escuelas particulares subvencionadas y pagadas, no obstante que estas últimas se dan el lujo de seleccionar y cobrar. De hecho, las evidencias señalan que controlando por vulnerabilidad socioeconómica, no hay diferencias significativas entre los distintos establecimientos.
A ello cabe agregar que como consecuencia de la liberalización decretada en tiempos del innombrable en el ámbito de la educación superior, se formaron generaciones de profesores sin las más mínimas exigencias, dado el carácter no universitario que tuvieron en sus comienzos, como por formarse en universidades no acreditadas o en carreras sin acreditarse. En síntesis, por décadas se “chacreó” con la educación. El resultado es lo que tenemos y que por el bien de las futuras generaciones, es necesario cambiar sustantivamente.
La educación privada se alimenta de una mala educación pública. Entiendo que la reforma educacional apunta en la dirección de dotar al país de una educación pública gratuita de calidad.
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