Junto con muchos otros países, Chile se encuentra en lo que en el mundo del tenis, en una suerte de punto de quiebre, por decirlo de alguna manera, de ahora o nunca, del todo o nada. No es primera vez, ni será la última. Son muchos los puntos de quiebre que pueden haber en un mismo partido, y la razón es simple: no es fácil liquidar un partido de buenas a primeras cuando los jugadores en cancha son de fuste.
Estas expresiones las lanzo a propósito del tema educacional en debate y que se arrastra, en forma explícita, desde el año 2006, hace poco menos de 10 años, gracias al movimiento pingüino, que desnudó lo que se escondió por tanto tiempo bajo la alfombra: una educación de mala calidad, mal parida, segregada, discriminatoria, y más encima cara.
Una de las aspiraciones más sentidas de las familias, acá y en la quebrada del ají, es dar una buena educación a sus hijos, razón por la cual es parte relevante en toda agenda política que se precie de tal. Si bien la educación que tenemos no proviene de una única fuente, los establecimientos educacionales y sus profesores, constituyen una fuente de primerísima importancia, particularmente para las familias más desvalidas, con padres sin mayor educación formal, sin recursos económicos, con trabajos extenuantes, ya sea por las trabajos a desempeñar o por la extensión de sus horarios laborales, sin tiempo para estar y participar en la formación de sus hijos. En un esquema competitivo, llevan todas las de perder.
Existe consenso respecto del objetivo. No hay dos voces al respecto. Se quiere, al menos de la boca para afuera, y necesita una buena educación para todos que nos habilite para vivir, sobrevivir en las mejores condiciones, y para construir una sociedad mejor, más amable, en paz con los demás y con nosotros mismos. Los caminos se bifurcan cuando buscamos respuestas terrenales a la pregunta del millón: ¿cómo?
El modelo educacional que tenemos desde 1981, impuesto dictatorialmente, sin mayor ni menor consulta, sufrió un primer terremoto el 2006, y un segundo terremoto el 2011. No obstante la envergadura de estos terremotos, el modelo se resiste a morir, no obstante que sus cimientos se encuentran muy debilitados. ¿Es necesario un nuevo terremoto para que de una vez por todas seamos capaces de construir un nuevo modelo educacional cuyos pilares sean diametralmente distintos a los del actual?
No pocos “expertos” señalan que el debate se torna excesivamente ideológico. ¿qué pretenden? ¿pasar gatos por liebres? ¿hasta cuándo? Es un debate ideológico. Los que impusieron a sangre y fuego el modelo lo hicieron con una visión ideológica, con una mirada que buscó reducir a la más mínima expresión la educación pública y que puso todas sus fichas en la educación privada. Para ello no trepidó en reducir el financiamiento público, en convertir a las escuelas en guetos, donde los lindos se juntan con los lindos, los feos con los feos, los blancos con los blancos y los negros con los negros, por “libre elección” de los padres y apoderados. Hay que ser caradura!
Rodolfo....este en nuestro Chilito lindo. Se escribe con la mano y se borra con el codo. :( Buen fin de semana y los leeré todos :)
ResponderBorrarHola Rodolfo. Claro que se requiere un cambio. Ese es el "qué". El problema es el "cómo" y creo el gobierno ha equivocado el rumbo y las prioridades.
ResponderBorrarLo que no me cuadra: he escuchado en varias oportunidades (inclusive a Eyzaguirre) que Chile es el que tiene los mejores resultados dentro de Latino América, aunque estamos lejos de países de la OCDE que son ejemplos: se habla de Finlandia O Nueva Zelandia entre otros. O sea, nuestro modelo es malito pero no tan pésimo como algunos dicen.
Saludos.