El mes de septiembre es un mes complejo en Chile. Por un lado, es el mes de la llegada de la primavera, de los volantines, de los circos, de las fiestas patrias. Era el mes de las elecciones presidenciales, de las que nos enorgullecíamos porque simbolizaban la continuidad democrática en un continente asolado por golpes militares.
Al mismo tiempo, es el mes en que se instaló el terrorismo de Estado, entendido como aquel perpetrado desde el Estado mismo, con todos sus recursos, para sembrar el terror entre connacionales, persiguiendo a las personas sin el debido proceso, al amparo de las bayonetas que la propia sociedad les confió para la defensa nacional, no para atacar, ni desaparecer, ni torturar, ni exiliar a miles de compatriotas.
Algunos se limitan a rechazar y lamentar lo que gustan denominar como “excesos del gobierno militar” y piden dejar de insistir para poder mirar hacia adelante. Lo ocurrido no fueron simples excesos, fue una política fraguada al más alto nivel y operacionalizada a sangre y fuego. No pocos dentro de las FFAA, se resistieron a embarcarse en una política del terror destinada a amedrentar, a infundir el temor entre la población. Esos pocos miembros de las FFAA, pagaron con sus vidas su fidelidad a la historia y razón de ser de las propias FFAA.
El terrorismo debe ser rechazado por la ciudadanía toda, venga de donde venga, porque su objetivo no es otro que el de amedrentarnos, para retrotraernos a tiempos que no queremos repetir, salvo algunos nostálgicos trasnochados. El terrorismo se enfrenta con más democracia, no con menos democracia, con la participación de todos nosotros, con más y mejor educación, más y mejor salud, más y mejor previsión; con autoridades y medios de comunicación responsables, que no caen en el juego de los terroristas. Éstos, lo que buscan es cobertura, sembrar temor, generar un “clima” propicio a sus intereses.
A la fecha de escribir estas líneas, se desconoce el origen de las bombas que por estos días siembran la inquietud en la población. Pueden ser tanto de sectores anarquistas desquiciados como de sectores militares y civiles nostálgicos de una dictadura que el país no quiere volver a tener. Identificar y desarticular a los responsables de tales actos reprobables es deber de las autoridades con la colaboración de todos.
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