Al final quien se robó la película en el proceso de cambio de mando chileno, entre las autoridades visitantes, no fue Maduro, sino Mujica, el presidente uruguayo. Su pachorra, su desfachatez, su informalidad, rompen esquemas. Su popularidad, no solo en Chile, sino que en el mundo entero, y quizá mayor que en Uruguay mismo, si bien atraviesa a todos los estratos, la tiene muy especialmente entre los jóvenes.
La razón es muy simple. Invita a soñar, invita a reflexionar en tiempos que nos han arrebatado las ilusiones. Vivimos tiempos de un neoliberalismo ramplón que nos invita a lo contrario, a ser realistas, pragmáticos, aterrizados, a aceptar ciegamente los veredictos, las veleidades, las tentaciones del mercado. Un mercado que nos invita a lo contrario, a no pensar, a dejarnos llevar por la farándula. La droga de nuestro tiempo que nos inoculan día tras día es la publicidad machacona para consumir lo que no necesariamente requerimos y que penetra lenta, pero persistentemente hasta convertirnos en zombies.
Pepe Mujica nos invita a rebelarnos, a resistir, a ser capaces de poner coto a esta invasión en nuestra voluntad resquebrajada y vencida con una educación de mala calidad que invita a la resignación, la aceptación, a asumir al egoísmo y la injusticia como algo consustancial a la naturaleza humana.
De qué sirve el progreso, tener más bienes y servicios, muchos de ellos innecesarios, si para tenerlos, en vez de trabajar menos tenemos que trabajar más y más con empleos que tienden a precarizarse. Hoy, tener un empleo con contrato perdurable, no temporal, tanto acá como en la quebrada del ají, es como sacarse la lotería.
Pepe Mujica nos recuerda que el hambre y la depredación no tiene porqué existir y que si existe es por responsabilidad nuestra, por nuestras conductas, por la desigualdad que nuestros sistemas políticos, económicos y sociales promueven sin cesar. Michelle refrendó lo expuesto al recordarnos que nuestro enemigo no es el otro, no es el prójimo, es la desigualdad, y que todos juntos debemos remar en esa dirección. Construir una sociedad menos desigual es un desafío que se dio en el pasado, que sigue presente y que seguirá en el futuro si no hacemos nada.
Si algo hemos aprendido en estas últimas décadas, son al menos tres grandes lecciones. Una primera lección, es que nuestro sistema político-económico no resiste más maquillajes. Más mercado en una sociedad tan desigual como el nuestro, no hace sino acentuar la desigualdad. Por tanto, es un imperativo de la hora presente revertir el proceso de mercantilización que se ha vivido desde hace ya más de 30 años. Es imperativo rescatar la educación, la salud y la previsión de las garras de un mercado donde unos pocos han hecho de las suyas sin misericordia alguna. La zanahoria ha sido el lucro sin el más mínimo sentido de la ética. Ha sido un verdadero asalto a mano armada como lo demuestra lo que han ganado en estos años las administradoras de salud, de fondos de pensiones, y sostenedores de verdaderas cadenas de establecimientos educacionales subvencionados, gestionados como si de sucursales de supermercados se tratara, con el agravante de que lo han hecho con recursos públicos. No hay relación entre la calidad de los servicios prestados y las utilidades registradas. En síntesis, han defraudado, la fe pública.
Una segunda lección, es que tenemos que cuidar lo que tenemos, valorizar los espacios democráticos ganados con el sacrificio de tantos, no romper vínculos, no cerrar puertas ni ventanas, que debemos dialogar, conversar, no vernos como enemigos. Pepe habla desde sus entrañas, desde su vivencia, sabe de qué habla. Él vivió a concho los tiempos en que nos veíamos como enemigos, y sabe en carne propia, que a río revuelto, ganancia de pescadores. Que los de arriba se las arreglan para ganar, asfixiando la economía para que sus súbditos armados hagan lo suyo. Si algo hemos aprendido, es que el único espacio en el que los de abajo pueden ganar, es el de la democracia. Por ello es imperativo profundizarla, consolidarla, avanzando en transparencia, en educación, en rendiciones de cuentas, en descentralizaciones, en la distribución del conocimiento, del poder, de los recursos.
Y una tercera lección, pero no por ello, menos importante, es que al igual que con la democracia, con la economía no se puede jugar. No es llegar y echar a andar la maquinita de fabricar billetes y andar repartiéndolos si no están respaldados con producción de bienes y servicios. En caso contrario, lo que tenemos ya lo sabemos: una combinación letal de inflación, escasez, desabastecimiento, mercados negros. Venezuela lo está experimentando en carne propia. Las políticas asistencialistas son inconducentes. La responsabilidad fiscal es esencial. Pero no solo ella, también la responsabilidad privada, esto es, no gastar más de lo que se tiene, de lo que se produce, no endeudarse sin conocer los intereses implicados que al final nos hacen pagar dos o más veces el valor de lo que compramos.
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