Los rankings parecen vivir tiempos de gloria en medio de una aparente creciente competitividad. Aparente porque muchas veces la realidad no es lo que parece; creciente, porque se nos hace creer que los mercados son cada vez más competitivos. Sin embargo, no deja de ser una paradoja que los distintos mercados están siendo cubiertos cada vez por menos empresas: cientos de farmacias han ido desapareciendo en beneficio de unas pocas cadenas que se dan el lujo de coludirse; las decenas de bancos existentes en un pasado no remoto, algunos de ellos de carácter regional, entre ellos el de Talca, Osorno y La Unión, han sido absorbidos por grandes bancos que operan ante indefensos consumidores, ya sea por la existencia de letra chica, como por la mala educación de consumidores incapaces de leer, descifrar e interpretar la letra chica que acompaña toda documentación donde uno tiene que poner su firma o su huella.
En este contexto, los rankings hacen su agosto, simulando una competencia que de tal, tiene muy poco. Un ranking no es bueno ni malo per se, pero no es neutro. Depende del ranking. Un ranking no es más que un ordenamiento de un conjunto de elementos –que pueden ser farmacias, alumnos, bancos, universidades, establecimientos comerciales, etc.- en base a los valores que asume algún criterio, variable o atributo, o conjuntos de criterios, variables o atributos específicos. Todo ranking aspira comparar los elementos en cuestión, sean estas universidades, farmacias o bancos. Pero solo tiene sentido comparaciones entre “iguales” o “similares”, sobre todo cuando se trata de comparar resultados. En caso contrario, los rankings lo que hacen es inducir sesgadamente la toma de decisiones.
A modo de ejemplo es un despropósito comparar los resultados SIMCE o PSU de establecimientos cuyos alumnos provienen de establecimientos municipales con aquellos que vienen de colegios particular pagados de La Dehesa o Las Condes. Es como comparar peras con manzanas. Además de que no se le pueden pedir peras al olmo.
Recientemente tuve el privilegio de hacer un ejercicio en un taller con un significativo grupo de profesionales, respecto de lo bueno y lo malo de los rankings. Los resultados fueron sumamente ilustrativos. Entre lo malo, se identificó su tendencia a:
- La exacerbación de la competencia entre componentes no siempre iguales en entornos donde la cooperación debiese ser un valor, como es el caso de los ambientes educacionales;
- La segregación, marginando a unos y seleccionando a otros, con miras a “mejorar” una posición;
- La generación de prejuicios entre quienes se guían por los rankings sin preocupación respecto de la fórmula de cálculo empleada ni de la validez de los datos que los sustentan;
- Su manipulación por parte de los interesados en mostrar los rankings que los favorecen y ocultar los que no los favorecen; y
- La potenciación de un modelo de sociedad –político, económico, social y cultural- neoliberal.
Pero junto con lo malo, también se identificó lo bueno de los rankings, destacándose la posibilidad de:
- Una visualización de una particular realidad en torno a un tema en particular;
- Una comparación orientada al mejoramiento;
- La adopción de decisiones orientadas a superar debilidades y la correspondiente focalización de acciones a emprender;
- La verificación de los progresos o retrocesos en relación a terceros o a si mismo en el tiempo.
Recientemente, el Ministerio de Educación ha propuesto una nueva metodología para la determinación del arancel de referencia, que tiene como característica central tomar en consideración la empleabilidad del profesional que egresa del establecimiento. ¿Qué relación tiene esto con el tema de los rankings?
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