Los resultados de la segunda vuelta presidencial fueron lapidarios para una derecha que aún no logra entender qué pasó. Hasta último minuto, no pocos se aferraban a la esperanza de un vuelco, de una sorpresa, incluso a un milagro bíblico, sobre todo por parte de jóvenes que han sido penetrados por una droga inoculada por los medios de comunicación “serios” y “expertos” economistas, la del libre mercado.
No logran entender lo que ha pasado. Se agarran la cabeza pensando en lo estúpidos que deben ser quienes votaron por la otra opción cuando el país navega rumbo al paraíso bajo la conducción de un gobierno serio, el de los mejores, de excelencia, que en aguas turbulentas, ha logrado un crecimiento sostenido, una inflación controlada, y altos niveles de empleo. Convencidos están que el país se ha farreado la oportunidad de darle continuidad a una política y un modelo admirado en el mundo entero, pero rechazado en nuestro querido chilito.
Y como para obviar la envergadura de la derrota, y la contundencia de la victoria de Michelle, inapelable y sin parangón en las últimas décadas, en tres elecciones sucesivas, los perdedores buscan poner el acento en el fenómeno de la abstención. Incluso más, han tenido la osadía de pretender llevar agua a su molina por la vía de puntualizar que ella sería una señal de que la gente está contenta, que no quiere grandes cambios, y que por lo mismo, no le pareció importante ir a votar.
En Chile, siempre ha habido abstención, lo que ocurre es que ella se transparentó, se sinceró, por la vía de la inscripción automática y el voto voluntario. En el pasado, se expresaba en lo fundamental por la vía de la no inscripción, una suerte de abstención perpetua. Ahora en cambio, ella se ha puesto sobre la mesa, descarnadamente, y su magnitud es similar a la de otros países con mayor y similar nivel de desarrollo al nuestro, como es el caso de Suiza y Colombia. No hay nada nuevo bajo el sol como se nos quiere aparecer.
Por otra parte, la abstención no tiene una única cara: puede ser reflejo de una elección con un muy bajo grado de incertidumbre, donde desde la propia derecha se oían voces de que era carrera corrida para la oposición; de quienes consideran que es perder el tiempo ir a votar porque sienten que en lo personal no ganan nada; de quienes rechazan lo que llaman el duopolio; de quienes han dejado de soñar y caído en el cosismo, el individualismo, el descreimiento; del encumbramiento del poder económico-financiero y el relegamiento del poder político a un rol irrelevante.
En todo caso, un elevado nivel de abstención es un problema que debe ser abordado con altura, relevando lo público respecto de lo privado, el bien común, la ética en nuestro comportamiento diario con nuestros semejantes, educando y formando, no para competir desaforadamente, sino para colaborar, compartir, integrar y construir juntos, sin discriminar, sin segregar, sin abusar. Esto es lo que hay que rescatar del holgado triunfo de Michelle.
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