El 5 de octubre del 88 tuve el privilegio de estar a cargo del recuento de votos de toda la provincia de Arica, encabezando a un grupo de profesionales y jóvenes voluntarios imbuidos de la convicción de que podíamos derrotar a la dictadura con un lápiz y un voto. Fue un día en el que nos organizamos con una estructura conformada por enlaces, mensajeros, supervisores, digitadores y comunicadores. Días antes habíamos realizado un ejercicio de simulación para comprobar su funcionamiento y que nos permitió efectuar ciertos cambios oportunamente. Importa consignar que dada la total desconfianza que teníamos en la dictadura, se optó por llevar a cabo dos escrutinios. El local de uno de ellos, fue intervenido por el régimen en los días previos bajo los más diversos pretextos. El nuestro operó en la clandestinidad. Ni los mensajeros, ni los enlaces sabían donde nos encontrábamos. Operamos al más puro estilo militar o comunista: compartimentados. Esto nos permitió ser los primeros en todo el país en enviar los escrutinios al comando central localizado en Santiago.
Sabíamos que habíamos ganado, pero temíamos que la dictadura no asumiera la derrota, temor que se acrecentaba al observar cómo el subsecretario del interior de entonces, Alberto Cardemil, postergaba la entrega de los resultados. Esta duda se despejó cuando el comandante de la Fuerza Aérea, General Matthei, consultado por los periodistas al ingresar a La Moneda, afirma intempestivamente, antes de ser informado por Pinochet, que el NO había ganado. Con su intervención ahogó todo intento de autogolpe por parte de Pinochet.
A 20 años de entonces no es fácil evaluar la democracia que hemos tenido. Primero debemos preguntarnos si lo que tenemos hoy es una democracia. Segundo, toda evaluación supone contrastar la democracia con respecto a algo. Respecto de lo primero, no podemos afirmar que hemos tenido una democracia, como mucho tenemos un remedo de democracia, ya sea por el sistema electoral binominal que tenemos, ya sea por el peso que el poder económico de las grandes grupos empresariales tiene en las instancias decisionales nacionales en desmedro de la ciudadanía, como por el empobrecimiento del poder ciudadano.
En relación a lo segundo, si contrastamos la democracia de estos años con la que fue la dictadura, no tenemos por dónde perdernos, incluso en aquellos temas en los que la derecha pone el acento como es el de la corrupción, la delincuencia y la inseguridad consiguientes. Hasta la fecha no ha sido posible cuantificar el nivel de corrupción existente en tiempos de Pinochet. La misma prensa que actualmente denuncia la corrupción existente es la que en su momento silenció los robos de aquellos tiempos. La magnitud de los delitos cometidos entonces son incomparables, pero no copaban los titulares de una prensa amordazada. La inseguridad de entonces no existe en la actualidad. Quienes ayer negaban una realidad marcada por el atropello a los derechos humanos, son quienes hoy pueden expresarse sin riesgo de ser despedidos, torturados, ni desaparecidos.
Si contrastamos la democracia con lo que esperábamos no cabe duda que prima un sentimiento de frustración. Esto se refleja en el envejecimiento del padrón electoral, los jóvenes no se inscriben, la abstención aumenta, al igual que los votos nulos y blancos. La adhesión a la coalición de gobierno se encuentra debilitada por desgajamientos tanto hacia su izquierda como hacia su derecha, al igual que su nivel de cohesión interna, resintiendo su andadura gubernativa. Pero las encuestas revelan que este debilitamiento no se expresa en un incremento en la oposición oficial encarnada por la derecha, ni de las fuerzas marginales que se han ido gestando pero que no logran consolidarse.
En resumen, logramos zafarnos de la dictadura, pero tenemos pendiente asentarnos como una democracia. El día que lo logremos es el día que llegue la alegría.
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