Desde Bremen
Escribo estas líneas encontrándome ahora en Bremen, ciudad localizada al norte de Alemania y que tiene alrededor de medio millón de habitantes. En pleno invierno habitualmente llueve, pero he tenido la suerte de que los cielos despejados y el sol me acompañen en este periplo. El frío reinante –con temperaturas bajo cero- domina la escena, pero el sol invita a salir. Da gusto ver cómo todos suelen salir a caminar y pasear por calles, plazas y parques. En el caso de las familias salen con sus bebés rosados y regordetes como chanchitos. Todo transcurre como si no existieran problemas, como si todo estuviese resuelto.
Si bien la inmigración por estos lares no alcanza los niveles de otras ciudades donde he estado, ella existe y es particularmente llamativa por el contraste y por tratarse de Alemania, país que históricamente se ha vanagloriado de su homogeneidad racial. En efecto, para alguien que proviene de Chile no deja de llamar la atención ver a un negrito color azabache emparejado con una alemana blanca y rubia, o a una pareja alemana con un par de hijos vietnamitas. Este proceso se está dando lugar no sin dificultades porque el tema de la segregación está presente, cambiando el rostro de Alemania sin desfigurarlo. Por el contrario, está enriqueciéndolo con el aporte proveniente de otras culturas.
Quizá más que en otras ciudades europeas, en Bremen, en el sistema de transporte público, la bicicleta es un protagonista de primera línea junto con el tranvía. Mientras en nuestra América Latina hemos cubierto de alquitrán los restos de vías existentes y relegado al olvido a los tranvías, aquí ella reina en gloria y majestad, distinguiéndose por su suavidad, no contaminación, no congestión y seguridad. Lo mismo ocurre con el sistema ferroviario como vía de comunicación y transporte con las cercanías.
Viniendo de Chile, es inevitable que mis ojos se centren en el tema del transporte público tan mal resuelto y que acá se resuelve tan bien. Por momentos pienso que en todas las ciudades debieran renacer los tranvías. En Santiago podría haber al menos una del poniente al oriente y de norte a sur y con buses alimentadores, al igual que en el resto de las ciudades en base a su distribución poblacional.
También me llamó poderosamente la atención el respeto por el descanso de los trabajadores. En fines de semana los locales comerciales se encuentran cerrados, incluyendo los de los grandes centros o casas comerciales, forzando a los consumidores efectuar las compras en los horarios habituales. Ello explica que en esos días las familias se vuelquen a los numerosos y amplios espacios públicos, llenándolos de vida.
Escribo estas líneas encontrándome ahora en Bremen, ciudad localizada al norte de Alemania y que tiene alrededor de medio millón de habitantes. En pleno invierno habitualmente llueve, pero he tenido la suerte de que los cielos despejados y el sol me acompañen en este periplo. El frío reinante –con temperaturas bajo cero- domina la escena, pero el sol invita a salir. Da gusto ver cómo todos suelen salir a caminar y pasear por calles, plazas y parques. En el caso de las familias salen con sus bebés rosados y regordetes como chanchitos. Todo transcurre como si no existieran problemas, como si todo estuviese resuelto.
Si bien la inmigración por estos lares no alcanza los niveles de otras ciudades donde he estado, ella existe y es particularmente llamativa por el contraste y por tratarse de Alemania, país que históricamente se ha vanagloriado de su homogeneidad racial. En efecto, para alguien que proviene de Chile no deja de llamar la atención ver a un negrito color azabache emparejado con una alemana blanca y rubia, o a una pareja alemana con un par de hijos vietnamitas. Este proceso se está dando lugar no sin dificultades porque el tema de la segregación está presente, cambiando el rostro de Alemania sin desfigurarlo. Por el contrario, está enriqueciéndolo con el aporte proveniente de otras culturas.
Quizá más que en otras ciudades europeas, en Bremen, en el sistema de transporte público, la bicicleta es un protagonista de primera línea junto con el tranvía. Mientras en nuestra América Latina hemos cubierto de alquitrán los restos de vías existentes y relegado al olvido a los tranvías, aquí ella reina en gloria y majestad, distinguiéndose por su suavidad, no contaminación, no congestión y seguridad. Lo mismo ocurre con el sistema ferroviario como vía de comunicación y transporte con las cercanías.
Viniendo de Chile, es inevitable que mis ojos se centren en el tema del transporte público tan mal resuelto y que acá se resuelve tan bien. Por momentos pienso que en todas las ciudades debieran renacer los tranvías. En Santiago podría haber al menos una del poniente al oriente y de norte a sur y con buses alimentadores, al igual que en el resto de las ciudades en base a su distribución poblacional.
También me llamó poderosamente la atención el respeto por el descanso de los trabajadores. En fines de semana los locales comerciales se encuentran cerrados, incluyendo los de los grandes centros o casas comerciales, forzando a los consumidores efectuar las compras en los horarios habituales. Ello explica que en esos días las familias se vuelquen a los numerosos y amplios espacios públicos, llenándolos de vida.
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