agosto 12, 2022

La cosa está que arde

Foto de Roi Dimor en Unsplash

Me encuentro fuera del país, pero sigo con las antenas puestas en el devenir político nacional, y a partir de la información que recibo de moros y cristianos, observo que el clima está que arde a pesar de encontrarnos en pleno invierno. Cualquiera diría que el mundo se viene abajo a propósito del plebiscito en torno a la constitución. Mi voto será para el apruebo y, sin perjuicio de que puedo estar equivocado, se fundamenta en cuatro pilares:

En primer lugar, pinta, dibuja, bosqueja, traza de alguna manera, el país que se quiere, el marco conceptual, el futuro, una visión sin entrar en mayores disquisiciones respecto de las posibilidades y limitaciones que la realidad pueda imponer para alcanzar ese futuro. Justamente esa es una de las críticas que los partidarios del rechazo le reprochan: excesivo énfasis en los derechos sin entrar a precisar en el camino para llegar a ese país que se quiere. Un país que deja de darle la espalda a la tan necesaria regionalización; un país que reconoce y deja de discriminar a sus pueblos originarios; un país que aspira a una economía basada en la colaboración antes que en la competencia despiadada; un país que consagra un derecho a la educación y la salud donde se deje atrás la odiosa discriminación entre quienes disponen de recursos económicos y quienes no los tienen; un país que tiene el debido respeto por el medio ambiente sin zonas de sacrificio; un país donde la justicia no sea letra muerta para los de abajo y sí lo sea para los de arriba.

En el papel todo muy bonito, porque el papel aguanta mucho, y habrá que ver cómo se cristaliza, cómo se remueven los obstáculos que impiden alcanzar ese país deseado tan distinto al país que tenemos y cuya impronta está dada por su desigualdad, discriminación y clasismo histórico.

En segundo lugar porque ha sido elaborada por una convención constitucional que tiene un origen democrático a toda prueba, característica inédita, sin precedentes, en la historia nacional, con participación no solo de expertos constitucionalistas, sino que de ciudadanos de a pie provenientes de movimientos sociales. No ha sido elaborada a puertas cerradas, sino en forma pública por moros y cristianos, por quienes saben de constituciones y por quienes viven las consecuencias de las constituciones. Esta amalgama pareciera ser algo que la comunidad mundial observa con especial atención por sus particularísimas características.

Para unos lo que se votará será un engendro que nos conducirá al infierno, para otros será una constitución que nos conduciría al paraíso. No creo ni en lo uno ni en lo otro. Eso se verá en el camino y dependerá de nuestras conductas, de nuestras reacciones, de nuestra capacidad de adaptación. Pero su génesis democrática le provee de una sólida base de la que carece la constitución actual del 80.

En tercer lugar, la recalcitrante y ciega oposición que ha jugado un rol de defensa de sus intereses de corto plazo sin visualizar el abismo, la fosa que ha ido creando impidiendo la unidad nacional que el país tanto necesita. Una oposición que desde el primer minuto, y en todo momento, se ha opuesto tenazmente a todo cambio a los amarres dejados por la constitución del 80, salvo cuando éstos ya no le servían como es el caso de los senadores designados y del sistema electoral binominal; una oposición que por primera vez ha perdido la capacidad de veto que ha tenido a lo largo de todas estas décadas. Una oposición que se la jugó para que todo artículo de la constitución tuviese la aprobación de dos tercios confiada en que tendría el tercio de los convencionales electos requerido. Al no obtenerlo se ha empeñado en una campaña de desprestigio sin precedentes de los convencionales y de la convención propiamente tal. En consecuencia, su rabiosa opción por el rechazo estaba cantada de antemano, con independencia del contenido de la propuesta constitucional. Es una oposición que apuesta por el pasado, que no cree que de una convención con la participación popular haya podido emerger algo decente, sino que solo algo que puede menoscabar sus mezquinos intereses.

Por último, el cuarto motivo por el cual no votaré rechazo, es porque veo una derecha oculta, parapetada tras sectores de la centroizquierda, donde se encuentran muchos de mis amigos, sectores que los medios de comunicación convencionales y las redes sociales vinculadas a la derecha se han encargado de poner a la palestra.

Si bien lo ideal habría sido que de este proceso emergiera “la casa de todas y todos”, los extremismos de todo orden, lo han imposibilitado, entre ellos, el de una derecha obcecada que se automarginó desde el minuto que no alcanzó siquiera a tener el tercio de los convencionales dedicándose a torpedear cualquier iniciativa.

Desafortunadamente, lo más probable es que cualquiera sea la opción ganadora –apruebo o rechazo- lo será por un escaso margen, lo que de alguna manera dificultará su implementación. Esto no hará sino prolongar el impasse, con las negativas consecuencias en materia de desarrollo económico y social al que el país aspira. Con todo, cualquiera sea el resultado final, solo cabe que todos los sectores lo acaten con auténtico talante democrático y un espíritu de paz y concordia nos invite a ponernos en los zapatos del otro. Tenemos que saber ganar y perder, es parte de la esencia del juego democrático que pocos parecen entender.

2 comentarios:

  1. Anónimo6:11 a.m.

    Buen análisis y fantástico final

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  2. Anónimo7:32 a.m.

    Soy Fidel Soto, ingeniero electrico. U de Chile. Vivo en Columbus, OH, USA. Interesante articulo, pero muy largo, lo que hace el mensaje vago e ineficiente. Yo apruebo simplemente porque es democratico. Es la vountad del pueblo chileno, 78 por ciento, no es mayoria? Mas de 2 tercios de la convencion constitiyente, no es representativo? Aprobar es la voluntad de los chilenos y chilenas.

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