Foto de Roi Dimor en Unsplash |
Me encuentro fuera del país, pero sigo con las antenas puestas en el devenir político nacional, y a partir de la información que recibo de moros y cristianos, observo que el clima está que arde a pesar de encontrarnos en pleno invierno. Cualquiera diría que el mundo se viene abajo a propósito del plebiscito en torno a la constitución. Mi voto será para el apruebo y, sin perjuicio de que puedo estar equivocado, se fundamenta en cuatro pilares:
En primer lugar, pinta, dibuja,
bosqueja, traza de alguna manera, el país que se quiere, el marco conceptual,
el futuro, una visión sin entrar en mayores disquisiciones respecto de las
posibilidades y limitaciones que la realidad pueda imponer para alcanzar ese
futuro. Justamente esa es una de las críticas que los partidarios del rechazo
le reprochan: excesivo énfasis en los derechos sin entrar a precisar en el
camino para llegar a ese país que se quiere. Un país que deja de darle la
espalda a la tan necesaria regionalización; un país que reconoce y deja de
discriminar a sus pueblos originarios; un país que aspira a una economía basada
en la colaboración antes que en la competencia despiadada; un país que consagra
un derecho a la educación y la salud donde se deje atrás la odiosa
discriminación entre quienes disponen de recursos económicos y quienes no los tienen;
un país que tiene el debido respeto por el medio ambiente sin zonas de
sacrificio; un país donde la justicia no sea letra muerta para los de abajo y
sí lo sea para los de arriba.
En el papel todo muy bonito, porque el
papel aguanta mucho, y habrá que ver cómo se cristaliza, cómo se remueven los
obstáculos que impiden alcanzar ese país deseado tan distinto al país que
tenemos y cuya impronta está dada por su desigualdad, discriminación y clasismo
histórico.
En segundo lugar porque ha sido elaborada
por una convención constitucional que tiene un origen democrático a toda
prueba, característica inédita, sin precedentes, en la historia nacional, con
participación no solo de expertos constitucionalistas, sino que de ciudadanos
de a pie provenientes de movimientos sociales. No ha sido elaborada a puertas
cerradas, sino en forma pública por moros y cristianos, por quienes saben de constituciones
y por quienes viven las consecuencias de las constituciones. Esta amalgama
pareciera ser algo que la comunidad mundial observa con especial atención por
sus particularísimas características.
Para unos lo que se votará será un
engendro que nos conducirá al infierno, para otros será una constitución que
nos conduciría al paraíso. No creo ni en lo uno ni en lo otro. Eso se verá en
el camino y dependerá de nuestras conductas, de nuestras reacciones, de nuestra
capacidad de adaptación. Pero su génesis democrática le provee de una sólida
base de la que carece la constitución actual del 80.
En tercer lugar, la recalcitrante y
ciega oposición que ha jugado un rol de defensa de sus intereses de corto plazo
sin visualizar el abismo, la fosa que ha ido creando impidiendo la unidad
nacional que el país tanto necesita. Una oposición que desde el primer minuto,
y en todo momento, se ha opuesto tenazmente a todo cambio a los amarres dejados
por la constitución del 80, salvo cuando éstos ya no le servían como es el caso
de los senadores designados y del sistema electoral binominal; una oposición que
por primera vez ha perdido la capacidad de veto que ha tenido a lo largo de todas
estas décadas. Una oposición que se la jugó para que todo artículo de la
constitución tuviese la aprobación de dos tercios confiada en que tendría el
tercio de los convencionales electos requerido. Al no obtenerlo se ha empeñado
en una campaña de desprestigio sin precedentes de los convencionales y de la
convención propiamente tal. En consecuencia, su rabiosa opción por el rechazo
estaba cantada de antemano, con independencia del contenido de la propuesta
constitucional. Es una oposición que apuesta por el pasado, que no cree que de una
convención con la participación popular haya podido emerger algo decente, sino
que solo algo que puede menoscabar sus mezquinos intereses.
Por último, el cuarto motivo por el cual no votaré rechazo, es porque veo una derecha oculta,
parapetada tras sectores de la centroizquierda, donde se encuentran muchos de
mis amigos, sectores que los medios de comunicación convencionales y las redes
sociales vinculadas a la derecha se han encargado de poner a la palestra.
Si bien lo ideal habría sido que de
este proceso emergiera “la casa de todas y todos”, los extremismos de todo
orden, lo han imposibilitado, entre ellos, el de una derecha obcecada que se
automarginó desde el minuto que no alcanzó siquiera a tener el tercio de los
convencionales dedicándose a torpedear cualquier iniciativa.
Desafortunadamente, lo más probable es
que cualquiera sea la opción ganadora –apruebo o rechazo- lo será por un escaso
margen, lo que de alguna manera dificultará su implementación. Esto no hará
sino prolongar el impasse, con las negativas consecuencias en materia de
desarrollo económico y social al que el país aspira. Con todo, cualquiera sea
el resultado final, solo cabe que todos los sectores lo acaten con auténtico talante
democrático y un espíritu de paz y concordia nos invite a ponernos en los
zapatos del otro. Tenemos que saber ganar y perder, es parte de la esencia del
juego democrático que pocos parecen entender.
Buen análisis y fantástico final
ResponderBorrarSoy Fidel Soto, ingeniero electrico. U de Chile. Vivo en Columbus, OH, USA. Interesante articulo, pero muy largo, lo que hace el mensaje vago e ineficiente. Yo apruebo simplemente porque es democratico. Es la vountad del pueblo chileno, 78 por ciento, no es mayoria? Mas de 2 tercios de la convencion constitiyente, no es representativo? Aprobar es la voluntad de los chilenos y chilenas.
ResponderBorrar