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Para matizar la opción del rechazo se ha enarbolado la
variante “rechazar para reformar”. Las razones son múltiples. Una de ellas,
sería que la disconformidad con el
trabajo efectuado por los convencionales es tal que no están disponibles
para aceptar la nueva constitución tal como salió de la convención. La segunda
razón reside en no querer dar vuelta la tortilla como supondría la nueva
constitución. Y una tercera razón es de orden práctico, político. Sin abrirse a
reformar la constitución vigente, las posibilidades de triunfo de la opción
rechazo se reducen significativamente. Para viabilizar esta opción, desde la
derecha y la centroderecha se está promoviendo bajar el quórum de 2/3 actualmente
exigido para reformar la constitución vigente.
No deja de llamar la atención esto último, dado que desde que
entró en vigencia la constitución del 80, uno de los cerrojos impuestos desde
la derecha fue justamente este, el de los dos tercios que a lo largo de todas
estas décadas la derecha se ha empecinado en mantener contra viento y marea. Su
objetivo no fue otro que cautelar la permanencia de sus elementos sustantivos,
como dijera el mismísimo Jaime Guzmán, de modo de asegurarse que cualesquiera
fuesen las fuerzas que asumieran el gobierno, no pudiesen efectuar
modificaciones sin la venia del tercio minoritario.
Resulta curioso constatar lo que parecieran ser
inconsistencias en las posturas de uno u otro sector. Desde el mundo de los
convencionales, dominado por la izquierda, han propuesto que toda modificación
que se quiera hacer a la nueva constitución debe tener un quórum de dos
tercios, el mismo que exige la actual constitución. Desde la derecha reclaman
que la izquierda está apelando al cerrojo que tanto criticó de la constitución
del 80.
Pero hay una diferencia sustantiva. La constitución actual
fue elaborada por un único sector en un contexto dictatorial, sin participación
ciudadana alguna y con una oposición perseguida. Muy distinto a la nueva
constitución trabajada por convencionales electos, no por expertos iluminados
desde las alturas. Los convencionales actuales representan no solo a las
élites, sino los intereses y la diversidad existente –política, social,
económica y profesional- como nunca antes se conoció en la historia del país.
Que nos guste o no, es otro cuento.
Por otra parte, lo que ha salido de la convención ha pasado
por varios tamices. Recordemos que todo artículo propuesto con el respaldo de
la mayoría de los convencionales de la correspondiente comisión, debía pasar
por el tamiz de los dos tercios del pleno. Y si en el pleno de la convención no
lograba atraer a la mayoría, el artículo se iba al tacho de la basura; si
superaba el 50% pero no alcanzaba el 67% el artículo volvía a la comisión
respectiva para que tomara nota de las observaciones y efectuara las
modificaciones pertinentes para que pudiese superar la valla de los dos tercios
del pleno. No fue cosa de llegar y llevar. Por todo esto tiene su lógica que se
quiera exigir un quórum que vaya más allá de la mayoría simple para poder
realizar cualquier modificación que se le quiera efectuar.
Por último, importa consignar que la voluntad de dejar atrás
la constitución del 80 por parte de no pocos de quienes adhieren la tesis del
rechazo, lo más probable que quede en entredicho si es que llegara a triunfar.
La razón es muy simple: una vez que ganaron, endurecerán sus posiciones y se
agarrarán a la tesis de que se optó por mantener la constitución del 80. A lo
más optarán por un cambio de barniz, de modo que el camaleón solo cambie de
color.
Bienvenido sea el cambio, el que no se adapta muere, no hay masss!
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