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Me resulta chocante observar lo que
estamos viviendo. Por un lado una generación viviendo un portentoso desarrollo
científico-tecnológico, y por otro lado, ese mismo mundo viviendo al borde de
la cornisa como consecuencia de lo que se ha denominado el cambio climático.
Me resulta chocante porque como
nunca antes el ser humano ha podido desarrollarse como persona, satisfacer sus
necesidades básicas. Hemos sido capaces de aumentar la productividad de la
tierra, producir más por hectárea, en menos tiempo y ajustando el uso del agua
a los requerimientos de las plantas. Hemos sido capaces de construir viviendas
más confortables, con materiales de mayor calidad y duración. Hemos logrado
extender los servicios básicos tradicionales –agua y energía eléctrica- a prácticamente
todos los sectores de la sociedad.
Hemos logrado comunicarnos vía
celulares donde quiera que estemos. Hemos logrado incrementar sustancialmente
la cantidad de años de vida de las personas. En fin, para qué seguir.
Sin embargo, al mismo tiempo, las
catástrofes naturales están dando cuenta de que estamos viviendo al límite. Los
incendios se multiplican al igual que las inundaciones, los aluviones, las
erupciones, las sequías. El cambio climático está entre nosotros, haciéndose ya
imposible sustraerse a una nueva realidad marcada por temperaturas extremas que
están alterándolo todo.
El planeta tierra está en jaque,
unos más, otros menos. No hay escape posible, salvo pasar a otro planeta, a
marte o venus como algunos multimillonarios ya están pensándosela. La humanidad
entera está siendo afectada. Inicialmente los más pobres, pero de esta no se
librará nadie: acá estamos todos juntos en un mismo barco -la pachamama, la
madre tierra- en distintos camarotes, de primera, segunda, tercera o cuarta. Camarotes
que se distinguen unos de otros por sus comodidades, por disponer de más o
menos tecnología. Pero para el caso, da lo mismo, puesto que todos los indicios
apuntan que al paso que vamos el barco se hundiría sin remedio.
¿Qué está ocurriendo? Para unos se
trataría de un proceso cíclico, que no sería la primera en la historia de un cambio
planetario, y por tanto, no habría nada que hacer, que solo cabe esperar el
curso de los acontecimientos. Hasta aquí habríamos llegado, y donde el aquí
puede ser en los próximos 10, 20, 50 o 100 años. Da igual, este sino estaría
fuera del control del ser humano.
Para otros, el destino no está
escrito y puede ser modificado por nosotros. No estamos condenados ni mucho
menos. La duda reside en si estamos a tiempo, o no, para frenar el colapso. Hoy,
con los recursos tecnológicos disponibles podemos revertir lo que se viene,
siempre y cuando el ser humano sea capaz de modificar su conducta en relación a
los demás y con la naturaleza. Son quienes creen que, al fin y al cabo, aún es
tiempo para enmendar la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con la
madre tierra. Me inscribo dentro de estos últimos.
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