En Venezuela, así como en tantos otros países y en otros
momentos de la historia, las partes en disputa parecen estar jugando al todo o
nada, extremando posturas y dejando en pampa a quienes buscan puntos de
encuentro.
En las partes van ganando las posturas extremas, vaciando el
centro, la moderación, la indiferencia. Se juega a tomar partido, o estás
conmigo, o estás contra mí. La disputa adquiere ribetes religiosos o
patrióticos, lo que para el caso viene a ser casi lo mismo. Por Dios o la
Patria.
Quienes quieren escapar a este juego parecen no tener más
alternativa que agarrar sus cosas e irse. Estos últimos son los menos, porque los
que no pueden son los más, ya sea porque no tienen los medios, los contactos, o
porque no están dispuestos a irse de lo suyo, de sus olores, sus calles, sus
plazas, sus árboles, sus calores o sus fríos. Los más son los que se quedan,
atrapados sin salida.
Cómo se llega a esto? Cuándo empezó a cavarse este pozo
negro? En qué momento? Para unos esto viene de tiempos de la colonia; o del
imperialismo yanqui; o de la infiltración comunista. Motivos hay para todos los
gustos.
El tiempo pasa, la moderación va desapareciendo, mientras
crecen los problemas sociales, las carencias materiales, las divisiones y ausencias
familiares. El drama se desata.
A eso juegan los extremos, a jugarse al todo o nada,
responsabilizando íntegramente a la contraparte del estado de cosas. Las
posturas que buscan abrir un pequeño espacio, una rendija, en medio del caos, intentando
iniciar un proceso de racionalidad en un contexto ya irracional, se encuentran
ante un escenario en que todo se ve cuesta arriba.
Así y todo no descansan. Ninguna guerra es inevitable, por el
contrario, hay que jugársela por la paz, por la no violencia activa, por aislar
los extremos. Es preciso escapar al juego del todo o nada, donde nadie gana,
todos perdemos, muy especialmente los más débiles, los postergados de siempre.
De hecho, las veces en que hemos ido por todo, nos hemos
quedado sin nada.
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