En los próximos días, miles de estudiantes deberán rendir la Prueba de Selección Universitaria (PSU), instituida en el año 2003 en reemplazo de la Prueba de Aptitud Académica (PAA), que a su vez sustituyó al Bachillerato.
Se trata de pruebas que fueron creadas en tiempos en los que la demanda por seguir estudios universitarios superaba con creces la oferta de vacantes establecidas por las universidades. Su objetivo no era otro más que ordenar a los estudiantes en base a sus conocimientos en las materias que tratan las correspondientes pruebas.
Para ingresar a las universidades, éstas consideran tanto los puntajes alcanzados en la PSU como las calificaciones promedio logradas en la enseñanza media. Desafortunadamente estas últimas han ido perdiendo peso con el tiempo en virtud de una suerte de inflación de notas y los disímiles niveles de exigencia entre los distintos establecimientos educacionales. Esto hace que una calificación de 6,0 en un establecimiento no tenga el mismo valor que igual calificación en otro establecimiento.
A estos dos factores, en los últimos años se ha incorporado un ranking que ordena a los estudiantes dentro de su establecimiento en base a sus calificaciones.
El aumento de la oferta de vacantes que se ha producido en las últimas décadas ha ido cerrando la brecha que existía respecto de la demanda, lo que explica el fuerte aumento de estudiantes que ingresan a las universidades. Se trata, sin lugar a dudas de una buena noticia; la mala noticia es que este aumento no se explica porque sean más los estudiantes con las capacidades para rendir exitosamente los desafíos que imponen las universidades. Se explica simplemente porque hay más oferta, tanto de universidades acreditadas como no acreditadas, particularmente de universidades privadas, creadas a partir de una legislación de 1981 que brilla por su laxitud, la que no se ha visto mayormente modificada. De hecho, los cambios efectuados en estas décadas no han ido a la médula del drama que afecta a estudiantes que desertan endeudados enriqueciendo las arcas de quienes han concebido a las universidades como un negocio a costa de las esperanzas de miles de jóvenes.
En este contexto, actualmente basta con rendir la PSU, y por más bajo que sea el puntaje que se obtenga, no faltará la universidad que lo acoja, a pesar que las estadísticas son contundentes en el sentido que quienes obtienen bajos puntajes tienden a ser fuertes candidatos a desertar, esto es, a abandonar sus estudios, ya sea por rendimiento académico u otros factores.
Ahora, si uno quiere realmente escoger la universidad y carrera donde estudiar, entonces solo cabe concentrarse, dejar de lado nerviosismos, ser optimista, y rendir la mejor PSU posible. De lo contrario se corre el riesgo de tener que escuchar los cantos de sirena publicitarios de universidades y carreras que se encuentran en las últimas posiciones de cualquier ranking mínimamente serio.
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