A 40 años de la muerte de Franco, imposible evitar el paralelismo con Pinochet. Mal que mal Pinochet admiraba a Franco, tal como éste admiraba a Hitler. De hecho, Pinochet fue el único dictador latinoamericano de esos tiempos, la década de los 70, que estuvo en sus exequias.
En el caso español, con la muerte de Franco se inició una vertiginosa transición política de la mano de Adolfo Suarez, entonces joven dirigente político surgido de las entrañas del movimiento de Franco. A poco andar, Suarez se desmarca siguiendo la pauta dada por Juan Carlos cuando éste, al momento de asumir su reinado anuncia urbi et orbi “quiero ser el rey de todos los españoles”.
Lo anterior implicó restaurar los derechos políticos de todos los españoles, entre los cuales se encontraban los comunistas proscritos por Franco y los militares. Estos últimos tuvieron que tragarse la legalización del partido comunista, tal como en Chile, Pinochet y los militares tuvieron que tragarse el triunfo del NO en el plebiscito del 88.
La transición hacia la democracia, tanto en España, como en Chile ha sido compleja, interminable y para no pocos, controvertida. Las figuras de Franco y Pinochet siguen fuertemente devaluadas, aún en un entorno caracterizado por la corrupción de las castas empresariales y políticas que dominan no solo las escenas española y chilena, sino que en el mundo entero.
En España fueron 40 años de dictadura, acá fueron “tan solo” 17 años. Las huellas dejadas en ambos casos, persisten por más que se busque minimizarlas u ocultarlas. Con el respaldo de las respectivas fuerzas armadas y prominentes sectores civiles de derecha -estos últimos bautizados por Piñera como los cómplices pasivos- sembraron el terror para amedrentar, controlaron los medios de comunicación y mercantilizaron el sistema educacional. Recordemos las páginas censuradas en blanco o en negro que afectaron a no pocos medios aunque nunca a los medios proclives al régimen que ocultaban sus crímenes.
Habiendo transcurrido más de tres décadas del término de las dictaduras, aún subsisten quienes se amparan en la lógica del comunismo, la salvación de la patria, para justificar y explicar la barbarie en que se incurrió. Tanto en el caso de Franco como en el de Pinochet no faltan quienes los visualizan como genios responsables del retorno de lo bueno que tenemos, y a los políticos de todo lo malo.
En ambas transiciones, no han faltado quienes sostienen que “hay que mirar hacia adelante, no hacia atrás”. Para evitar que se repita lo ocurrido es indispensable no hacer la vista gorda. Las nuevas generaciones deben saber que existieron y lo que hicieron. En caso contrario, personajes como Labbé y muchos otros seguirán campeando como Pedro por su casa. Mal que mal, existieron y existen.
Con el tiempo, la transición que hemos tenido ha ido sumando un sabor amargo. No es para menos, hay muchos claroscuros, muchos antecedentes, negociaciones en las sombras que el común de los mortales desconocemos. No obstante, no hay que olvidar que tanto en Chile como en España, las FFAA tenían el poder total. Ninguna transición desde una brutal dictadura a una democracia ha sido fácil, y siempre tendremos la duda de si pudo ser mejor o peor.
Me he permitido recordar a ambos dictadores, porque tanto en Chile como en España sigue pendiente que la derecha y sus medios de comunicación así como las propias FFAA, asuman su responsabilidad por la represión que desataron. Esta incapacidad para asumir sus responsabilidades, así como el peso político de la derecha y sus dificultades para desmarcarse tajantemente de sus sombras, demuestra la influencia que siguen ejerciendo ambos dictadores en sus respectivos países.
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