Los hechos que estamos conociendo, no solo en Chile, sino que a nivel mundial, y que se arrastran desde hace tiempo, dan cuenta de una nefasta disociación entre la política y la ética. No son lo mismo, pero deben relacionarse entre sí, porque de lo contrario la política pierde sentido.
Es lo que está ocurriendo. Da vergüenza ver a muchos políticos mendigando ante las empresas para financiar sus campañas usando toda clase de artilugios. Quienes ganaron sus cargos en virtud de los recursos financieros que dispusieron a partir de “raspados de olla”, lo hicieron con malas artes, porque en caso contrario muy probablemente habrían perdido. Da vergüenza ver a muchos de estos políticos solicitando a familiares que facturen por servicios a empresarios para que estos puedan imputarlos como gastos. Da vergüenza que estos empresarios acepten facturas por servicios no prestados. No quiero meterme en la vaina de la evasión de impuestos que hay tras todo este tinglado.
Nada de esto es gratis. Después viene la pasada de cuenta. Esos millones pasados bajo la mesa después se cobran. Diputados y senadores que hacen las leyes, deberán hacerlas a la pinta de quienes los financiaron, en vez de quienes los votaron. Lo mismo vale respecto de los alcaldes y concejales, y de toda autoridad pública.
Da vergüenza ver el tráfico de influencias y la opacidad en las actuaciones de quienes se supone deben ser modelos de comportamiento. Da vergüenza que el hijo de la presidenta, socialista por más señas, eche por tierra el combate contra la desigualdad haciendo uso de sus privilegios para que su esposa obtenga un préstamo con miras a obtener plata fácil, a la pasada, especulando, riéndose de todos los que se ganan la vida con el sudor de su frente o de su trabajo. Más encima tiene el desparpajo de afirmar que no hizo nada ilegal, olvidando que su actuación por más legal que sea, es inmoral, particularmente cuando se profesa el ideal socialista que procura defender a los trabajadores, no a los especuladores.
Ahora se aspira regular la relación entre la política y los negocios, entre el mundo público y privado. No creo que sea regulable porque siempre se encontrará una vía para vulnerar las regulaciones cuando la vara ética está por los suelos.
No se trata de que los políticos y empresarios sean angelitos inmaculados; se trata simplemente que para tener una democracia que funcione razonablemente bien es indispensable que existan políticos y empresarios decentes, que haya un mínimo de respeto por el otro. Políticos y empresarios cuyas actuaciones estén regidas por un mínimo de cánones éticos que cualquiera con dos dedos de frente conoce.
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