Hay al menos tres temas, desde que tengo uso de razón, por los cuales han saltado y saltan los tapones valóricos: el divorcio, el aborto y la eutanasia. Se explica porque estamos insertos en una cultura, una civilización que valora sobremanera la vida, su carácter sagrado, la familia, su indisolubilidad. Soy parte, y me siento parte de una cultura a favor de la vida y la familia.
Sin embargo, tenemos que lidiar con la vida real, no la imaginaria. Y es en esta vida real donde nos desenvolvemos. Cuando se abordó la necesidad de legislar en torno al divorcio, los sectores conservadores pusieron el grito en el cielo, motejando como divorcistas a sus partidarios, olvidando que se estaba en el peor de los mundos, porque los matrimonios se anulaban en base a la disponibilidad de recursos, y de mentiras, dejando a los hijos de tales matrimonios en pampa. La anulación suponía que lo que había existido, simplemente no había existido; que allí donde hubo fuego, ni brasas, ni rastros quedaban. La derecha recién se avino a legislar sobre el tema, cuando en sus propias filas la indisolubilidad matrimonial de muchos de sus seguidores hacía agua. En concreto, la ley de divorcio no hizo sino dejar atrás una farsa como lo era la anulación.
Ahora estamos en medio de un debate en torno al aborto. Al igual que ayer, los sectores conservadores ignoran una realidad lacerante: la existencia de abortos en condiciones de riesgo por su carácter ilegal, en pobres condiciones sanitarias para unas, y condiciones sanitarias propias del primer mundo para otras. Ignoran que nadie aborta por placer, por gusto, por voluntad. Legislar en torno al aborto es una necesidad, tal como ayer lo fue hacerlo sobre el divorcio, y tal como en un futuro no muy lejano lo será alrededor de la eutanasia.
La posición de la Iglesia Católica la entiendo como una invitación a no abortar, y me parece razonable que así sea. Yo tampoco soy partidario del aborto, y creo que nadie quiere abortar. De igual modo cuando me casé, no fue para divorciarme, sino para vivir juntos toda la vida. Sin embargo, en el derrotero de la vida real, en unos, más que en otros, concurren factores, circunstancias, coyunturas, que hacen imposible seguir juntos. Lo mismo vale respecto del aborto. Tener un hijo o una hija, dar vida, es lo más grandioso que puede ocurrirle a una persona, sin embargo, debe reconocerse que también puede no serlo. De hecho así lo ha sido para muchas mujeres que se han practicado el aborto.
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