Este domingo tendrá lugar la segunda vuelta presidencial en Brasil, y la primera vuelta en Uruguay. En ambos países, sus gobernantes actuales representan a coaliciones de centroizquierda aggiornada, moderada con riesgo de ser reemplazadas por coaliciones de centroderecha.
Brasil y Uruguay son países vecinos, uno inmenso, con más de 100 millones de habitantes, el otro con menos de 5 millones. Brasil con un significativo nivel de desarrollo, pero con desigualdades lacerantes que solo se sostienen gracias a una manera de ser de los brasileños, alegre, vital, pero que está siendo sobrepasada. Uruguay, país son rasgos europeos, a pesar de vivir de glorias pasadas, y de ser éstos otros tiempos, sigue siendo una sociedad culturalmente avanzada, donde todos se sienten iguales, de capitán a paje.
En ambos países, existe la posibilidad cierta de un relevo generacional y de tendencia hacia la derecha. Un relevo generacional que delata la ausencia de renovación en la izquierda. Que Dilma se tenga que repetir el plato ya parece ser un tema recurrente en nuestro continente. Mal que mal, en Uruguay, el candidato del Frente Amplio, Tabaré, ya fue presidente e intenta volver por sus fueros. Lo mismo ocurrió en Chile, donde Michelle, volvió en gloria y majestad a la casa donde tanto se sufre. En otros países, las reelecciones indefinidas son pan de cada día. Uruguay y Chile, al menos tienen la decencia de tratar de evitar la reelección inmediata.
Esta ausencia de renovación en los liderazgos políticos de esos que nos cautivaban, deslumbraban con sus ideas, discursos, utopías, sueños, da cuenta de varios factores, entre los cuales podemos destacar la captura del poder político por parte del poder económico, herencia de las dictaduras; la pérdida de un sentido colectivo, conformándose una sociedad más individualista y consumista.
En este contexto, la izquierda, desde la caída del muro de Berlín, del derrumbe de la Unión Soviética, sin referentes claros, parece deambular sin brújula en busca de su norte. A lo largo de estas décadas, la izquierda se ha logrado mantener sobre la base del disgusto que produce la derecha, de no conceder el voto a la derecha, pero esa cuenta corriente se está agotando.
La derecha no tiene nada mejor que ofrecer que no sea persistir en la construcción de una sociedad como la que tenemos, más mercado, menos Estado, donde las desigualdades se agudizan y los abusos se multiplican. Por su parte, la izquierda, al menos hasta la fecha, ha sido incapaz de ir más allá de intentar morigerar las asperezas del mercado en un contexto de Estados y mentalidades inoculadas con mayores o menores dosis de corrupción.
De allí que ya no es mucho lo que se espera cuando hay una elección presidencial. Hay cansancio con las frustraciones y eso afecta más a la izquierda que a la derecha. De allí que tanto Dilma en Brasil, como Tabaré en Uruguay, están en zona de riesgo aun cuando los candidatos de derecha no tengan nada particularmente interesante que ofrecer. Cada vez parece importarle menos a la gente de qué color es el gato, en tanto cace ratones.
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