En la cocina es donde se cuecen las habas y los factores relevantes que inciden en ella son tanto los ingredientes, los cocineros, la preparación de los platos, como las características de la cocina y de los comensales para quienes se están preparando los manjares. Cuando el apetito arrecia la ansiedad se apodera no solo de los comensales, sino que de los cocineros, de los mozos y de los dueños de casa.
Lo que debe importar es satisfacer los requerimientos culinarios de los comensales antes que los de los cocineros, mozos o dueños de casa. Por ello, en todo centro gastronómico, lo primero es lo primero: darle al comensal el menú para que el cliente haga su pedido, el cual puede estar dado por su gusto, los precios, la especialidad de la casa.
Los comensales querían algo distinto a la que han estado comiendo en los más de últimos 35 años. Estaban hartos de una entrada consistente en un esquema tributario que reducía al Estado a la más mínima expresión; hastiados de un plato de fondo dado por una educación de mala calidad y cara; complementado por un postre que era un insípido arreglo constitucional. Por ello, cuando fueron consultados por lo que querían, la mayoría había elegido un menú que tenía como entrada, una reforma tributaria, como plato de fondo una reforma educacional, y de postre una reforma constitucional.
La reforma tributaria, el nuevo plato de entrada, estaba lista para ser servida, pero a última hora, no se sabe quién resuelve encargar otra reforma a un conspicuo restaurante localizado más allá de la cota mil de la capital del reino. Allá, le cambian los ingredientes, su composición, y sale aparentemente igual, con las mismas calorías que tenía, 8,200 kcal. Todo esto, sin preguntarle a nadie, en medio de un secretismo digno de la KGB. Solo se sabe que los cocineros, entre los top-top a nivel nacional, escogidos por el dueño de la cocina, miembro de una ilustre familia de rancio apellido. Cocineros seleccionados por su capacidad para interpretar, no lo que los comensales quieren, sino lo que la ilustre familia quiere para sus comensales.
Luego de exclusivas reuniones, conciliábulos, acompañados de galletitas sin sodio ni azúcar y agüitas minerales, emergió el plato cocinado con los mejores ingredientes de la plaza, en los mejores hornos y utensilios que pueden imaginarse. La receta no se dio a conocer, porque no todo puede hacerse público, en particular cuando se quiere que resulte bien y no se venga con dimes y diretes que terminen en un plato desabrido sin gusto a nada. Cuando todo estaba listo para servir los platos tan laboriosamente elaborados por los cocineros, en base a órdenes de los dueños de tan singular restaurante, los mozos fueron los encargados de transmitir la buena nueva a los comensales. El mensaje, lanzado urbi et orbi, por todos los medios de comunicación, fue simple, al hueso, aunque sin alzar las manitos: “nueva reforma tributaria habemus”.
Los comensales, moros y cristianos, se miraron una a otros sin entender nada. Cuando empezaron a degustar el plato que todos pensaban que lo sería con fruición por sus olores y sabores, los rictus de las expresiones parecían decir otra cosa. Sentían que era un plato a la pinta de los dueños del restaurante, para gustos refinados, no de ellos.
De allí que a la hora del plato de fondo la reforma educacional, entre los comensales reinaba el escepticismo si acaso les traerían lo que habían pedido: una educación pública, gratuita, de calidad, sin fines de lucro.
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