La Corte Internacional de Justicia (CIJ) de las Naciones Unidas falló optando por lo que algunos tildan de fallo salomónico, en alusión a un personaje bíblico, considerado en su tiempo como un hombre muy sabio, Salomón. A él recurrían quienes tenían algún conflicto con miras a su solución. Las partes preferían la resolución del conflicto antes que su perpetuación, aún cuando la decisión no fuese del gusto de las partes. Por sobre todo, lo que intenta un fallo salomónico es ser equitativo, dar a cada uno lo suyo, aunque no deje contento a ninguno. A modo de ejemplo, ante una disputa entre dos mujeres que decían ser madres de un niño, ambas con sus respectivos argumentos, Salomón no halló nada mejor que partir al niño en dos mitades.
Por tanto, que el fallo sea salomónico o no, depende simplemente de si el conflicto, lo que dio origen a la demanda, fue resuelto o no. En consecuencia, aún es muy temprano para precisar si el fallo fue salomónico.
Tanto Chile como Perú tienen motivos de sobra para sentirse tanto contentos, como descontentos. Chile debe sentirse satisfecho porque la demanda peruana no fue acogida en plenitud, pero por sobre todo, porque consolida su posición al zanjarse un motivo de discordia; debe sentirse insatisfecho porque su postura, la del paralelo hasta las 200 millas fue reducida a 80 millas, perdiendo una importante superficie marítima. Perú debe estar contento porque ahora tiene una superficie marítima que no tenía, y descontento porque su demanda de la línea equidistante desde el hito 1 no fue acogida.
Las primeras reacciones a uno u otro lado fueron disímiles y contradictorias. En Chile hubo una sensación de derrota, en tanto que en Perú fue de triunfo. En todo caso, en ambos países solo existen voces aisladas que apuntan a desconocer el fallo, existiendo cierto consenso en que el fallo se acata. Donde parece haber estar centradas las discrepancias radica en la implementación o ejecución del fallo y su gradualidad, y particularmente, en la interpretación del fallo.
Sería trágico que interpretaciones antagónicas terminen dando origen a problemas mayores, a los que el fallo se propuso resolver. En este plano quizá sería pertinente que pasado este período de dimes y diretes, la CIJ sacara una voz aclaratoria a fin de que tales problemas no vayan escalando con el tiempo.
En mi columna anterior hice presente que el fallo debía ser una oportunidad para cerrar de una vez por todas, un pasado de conflictos y abrir un futuro común. De ser así, se trata de un buen fallo, donde ganamos todos; en caso contrario, de un mal fallo, donde todos perdemos.
De nosotros depende que sea un buen fallo. Sigo pensando en que así debe ser, fundado en la intensificación de intereses comunes que se ha dado en las últimas décadas. Importantes inversiones chilenas son copartícipes del desarrollo que está experimentando Perú, al igual que una importante corriente inmigratoria peruana está dejando su huella gastronómica en la vida cotidiana chilena.
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